Colima, siguiendo la ruta del volcán
En vacaciones de invierno siempre todo se complica, el primer destino recurrente es el de playa, pero en esta época o están saturadas, o el clima nos puede hacer pasar el tiempo que originalmente pensábamos de arena y sol, dentro de cuartos de hotel y con un abrigo. Para evitar esto, uno siempre puede salirse del cliché y adoptar otras rutas, expandir un poco los horizontes y pensar en los miles de destinos que México nos ofrece.
En esta ocasión pensamos en un lugar que contara con buen clima esta temporada y que ofreciera nuevas rutas: la elección fue hacia Colima. Siguiendo hacia el occidente mexicano existe uno de los estados más pequeños del país, pero que a la postre descubriríamos como un destino rico en opciones.
El recorrido en esta ocasión partió de León, y el ya tradicional GPS compañero de viaje nos guió camino hotel Misión de Colima, donde hicimos reservación unos días antes. Pasando Guadalajara y saliendo hacia el sur por el bulevar Mariano Otero, la ruta es prácticamente recta. El primer incidente lo vivimos aproximadamente faltando 70 kilómetros antes de llegar al destino, antes de la salida a Ciudad Guzmán y justo después de los llanos que en período de lluvias se convierten en los interminables espejos que inmortalizara Arreola en su célebre cuento De Memoria y Olvido en Confabulario: “Es un valle redondo de maíz, sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño”. En ese punto empezó un tramo de reparación que se extendió durante un trecho de casi 50 kilómetros, prácticamente insufrible. Llegamos cansados, acalorados y hartos de carretera. Pero bueno, siempre puede ser peor, la gran mayoría de vehículos seguían rumbo a Manzanillo, el destino aparentemente obligado cuando uno va por esos territorios.
Colima es una palabra de origen Náhuatl que significa “El Reino del Dios Viejo” o “Reino de Collimán”. El rey Colimán fue de los pocos que lograron resistir con éxito una incursión de conquistadores españoles hacia la segunda década de 1500 en en el Paso de Alima y/o Palenque de Tecomán. Posteriormente tras la ocupación de los estados purépechas, Colimán sería derrotado por la expedición de Gonzalo de Sandoval hacia 1522. Pero bueno, esto tampoco pretende ser un almanaque histórico, así que sigamos adelante con el diario.
Popularmente a Colima se le conoce como “La ciudad de las Palmeras”. En cuanto uno va cruzando los paisajes montañosos de los últimos 20 kilómetros aproximadamente desde el límite de Jalisco hasta nuestro destino, uno entiende porque tiene esta fama. Lo primero que nos llama la atención de la ciudad es la vasta vegetación y la calidez de su clima, inclusive en época invernal.
Llegando al hotel de la cadena ya mencionada, la estancia no fue nada que se pueda escribir a casa. La comida en el hotel era sencilla pero bastante buena y el servicio por lo general bien, con excepción de los días navideños donde una parte del personal descanaba. Lo que si de plano desentonó fue la calidad de las habitaciones… pero bueno, no estamos aquí para hacer una insufrible lista de quejas. Finalmente como lugar para llegar a dormir mientras anda uno de pata de perro, funciona.
Para empezar el viaje, recomendamos ampliamente consultar el sitio: http://www.visitacolima.com.mx/ que es uno de los portales turísticos más directos, concisos y fáciles de consultar que hemos usado en los viajes. En este sitio se recomiendan desde sitios arqueológicos, museos, parques, monumentos, lugares donde comer, sitios para hospedarse, balnearios, playas y en fin, un gran número de opciones para conocer el estado.
Día 1, el Parque Regional Griselda Alvarez y Comala
Con una alberca en temperaturas gélidas en el hotel, y con un bebé de casi dos años, tiene que aflorar la creatividad para elegir los primeros puntos de la ruta. En este caso, no contábamos todavía con los clásicos folletos de viaje. En el restaurante del Hotel nos recomendaron el Parque Regional Griselda Álvarez, y ese adoptamos como nuestro primer destino.
Parque con una vegetación increíble, nos sorprendió de manera grata y nos permitió pasar una mañana excelente. Entre los juegos tradicionales, colosales dinosaurios de metal, una muy agotadora ruta en unos viejos cuadriciclos familiares, un recorrido por un pequeño zoológico que contaba con los básicos (monos araña, coatíes, jabalíes, zorros, mapaches, leones y hasta xoloexcuincles), un paseo en remo por el lago que contaba con la clásica agua verde estilo Chapultepec, y terminando con las nunca desechables botanas y la no menos clásica agua de coco. Sin duda con ese parque Diego entró en ambiente, olvidando por completo la necesidad de alberca.
La recomendación del guardia del parque nos llevó antes de lo previsto a Comala, el ahora Pueblo Mágico inmortalizado en el clásico Pedro Páramo de Juan Rulfo, obra que no sólo pondría a Comala, si no a todo México en la vanguardia de la literatura hispanoamericana del siglo XX: Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: "Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche."
Se llega a Comala saliendo por Villa de Alvarez y cruzando la famosa escultura de los perritos colimotes, en escena que parece que los perritos están bailando pero que según nos contaron, se representa la transmisión del conocimiento a través de una confidencia de uno al oído del otro.
Comala no demerita en nada a la fama que le antecede, y ahora es un atractivo destino donde llegan turistas de todo el mundo. Nos instalamos en los arcos, en el restaurante más famoso de la región “Don Comalón”, centro botanero donde con un par de cervezas uno puede degustar todo tipo de antojitos de la región, que van desde tostadas de ceviche, de guacamole hasta tacos de birria o de costilla de cerdo con salsa roja, tacos dorados con papa, o los clásicos “sopitos villalvarenses”, grandes representantes de la comida Colimote.
El centro de Comala no le pide nada a los pueblos más célebres, como San Cristóbal de las Casas, o como San Miguel de Allende. Un pueblo blanco donde cada rincón es una postal, donde pasarse dos horas en la botana viendo la Parroquia de San Miguel, el jardín principal y la plaza desde los arcos, comprar la bebida local, el dulce Ponche, que es una suerte de Rompope pero preparado de múltiples esencias como nuez o café. O que tal probar algunos de los cafés de le región, que incluso cuenta con su propia ruta a través de las montañas, o degustar las deliciosas nueces de macadamia, que emigraron desde Australia primero a Uruapan, extendiéndose hasta Jalisco, y que permitieron a varias haciendas cafetaleras sobrevivir a las agresivas caídas en los precios del grano. Que se puede decir de los deliciosos panes típicos, como las roscas y los picones, que se ofrecen sobre la calle Benito Juárez, a dos cuadras del centro, una verdadera delicia de los sentidos.
Un buen sitio para organizar bien el tour a Comala es: http://www.comalavirtual.com.mx/, en donde nos podemos dar una buena idea de todas las delicias que el Pueblo Mágico de Pedro Páramo ofrece a los sentidos.
Día 2, zona arqueológica “La Campana”, Hacienda Nogueras y Suchitlán
El segundo día inició con una llanta ponchada. Ahí fuimos los estoicos exploradores listos para emprender una nueva ruta y cuando llegamos el vehículo andaba cojo. Pues bien, la primera actividad del día (que no se piense que no hicimos ejercicio) fue cambiar la llanta en el estacionamiento del hotel. Afortunadamente, a pocos metros de la salida había una vulcanizadora, en donde milagrosamente encontraron que la llanta no tenía más que un problema en la válvula, ¿Mera coincidencia?
En fin, como haya sido, ahí salimos después del contratiempo. En el navegador GPS ya habíamos precargado los sitios arqueólogicos, por lo que llegar a la Campana fue cuestión de unos pocos minutos.
El sitio realmente nos sorprendió. A pesar de que la museografía del INAH en este caso fue decepcionante, al no contar con una gran información y mencionar puros lugares comunes, el sitio por sí solo ofrece un gran atractivo para el visitante. En la zona hay cerca de 20 estructuras diferentes construidas por la llamada cultura Colima con esplendor hacia 900 d.C., pero lo que llama la atención es el material del que están construidas: piedras bola extraídas de los múltiples ríos que abastecieron la región. En uno de los edificios, incluso se exhibe la técnica de construcción original, realizada a base de un tipo de barro en lo que sería un antecedente del adobe.
En el sitio uno puede ir ascendiendo poco a poco a través de un complejo laberinto de niveles y de callejones estrechos, dando la sensación de que todas las edificaciones componen un solo diseño urbano interconectado, un hecho muy poco observado en otros sitios arqueológicos. Además, la Campana nos ofrece la oportunidad de captar con la cámara algunas postales cuyo fondo es el imponente volcán de Colima, pero lo que resulta aún más increíble, es saber que sólo un 1% de la totalidad de la ciudad ha sido descubierta hasta nuestros días, con lo que podemos darnos una idea de la importancia y de la magnitud de la civilización que ahí habitó, generalmente no considerada de forma muy importante cuando hablamos de las culturas mesoamericanas.
Saliendo de la Campana, nuestro siguiente destino fue una recomendación del folleto turístico que nos regalaron en nuestro paso por Comala, mismo que vimos muy sobado en múltiples manos de turistas durante la jornada. A cada punto que visitábamos, los tres locos que estábamos ahí abríamos el famoso folleto. El siguiente punto, la exhacienda Nogueras, antes dedicada a la producción y procesamiento de la caña de azúcar, y ahora recinto dedicado a albergar el legado del célebre diseñador de la región, Alejandro Rangel Hidalgo, mundialmente conocido por haber creado los angelitos de las postales de la UNICEF en los años cincuenta. Cuando uno ve los famosos angelitos piensa: “Ah!, esto ya o había visto antes”.
El lugar ofrece varios atractivos interesantes, el primero es la exhacienda restaurada. Con muebles diseñados y decorados por el maestro Rangel, el trabajo de restauración del sitio es asombroso, tanto en su jardín central, en sus interiores que evocan los espacios originales de la hacienda, así como en los otros recintos dedicados a la actividad universitaria (el centro cultural Nogueras es actualmente parte de la Universidad de Colima), así como el antiguo depósito y molino, mismo que exhibe un imponente conjunto de arcos emblemático del centro cultural. En el exterior del edificio, existe un parque nacional, que lo hemos dejado para una posterior visita.
Otro atractivo de la exhacienda es la colección de Rangel Hidalgo, sin duda toda una personalidad de la región, así como un referente en el desarrollo artístico de Colima. Esta colección se compone de dos partes: la obra pictórica del autor y su selección de arte prehispánico. En la primera, se observa múltiples obras que más que pictóricas son escenográficas, esquemáticas e ilustrativas. En la colección Rangel Hidalgo se muestran piezas que denotan un exquisito trabajo de un verdadero detallista. En estas obras, la policromía en tonos vivos, los niños como tema central y la perfección en el trazo llaman la atención, a pesar de que difícilmente pueden ser considerados obra de “artista” en el más extenso sentido de la palabra. De las piezas, destacaría dos: la primera se llama “Tonanzintla” en donde se usa como motivo la célebre capilla barroca poblana, pero con el estilo inconfundible de los querubines de Rangel Hidalgo, esta pieza incluso tiene unas lupas en donde el espectador puede revisar el detalle de los trazos. La segunda, es una cocina de época que rescata los instrumentos y las cazuelas de la cocina de la hacienda, y que replican un diseño escenográfico realizado por el mismo Rangel Hidalgo.
La parte de piezas prehispánicas exhibidas en el museo es también impresionante. Desde los clásicos Xoloescuincles de barro, así como ollas y otros enceres que conservan sus colores originales, pero también una infinidad de guerreros, de gobernantes y de figuras míticas nos hablan del detalle del trabajo de la civilización Colima. Es asombroso saber que esta extraordinaria colección se dio a base de donaciones de los habitantes de la región al maestro Rangel Hidalgo durante el proceso de restauración, así como descubrimientos que se fueron haciendo durante ese mismo proceso. En su momento, no se sabía el valor que podrían tener muchas estas piezas, pero actualmente conforman una de las colecciones más interesantes y completas de las culturas del pacífico mexicano. Lo que llama la atención de los objetos prehispánicos no sólo son las piezas en sí, sino la forma en que fueron agrupadas: en cada vitrina se observan escenas complejas compuestas por múltiples personajes en actividades que van desde la guerra, el comercio o la adoración, sin duda que en esta agrupación se muestra la mano del artista.
El viaje del día terminó con una buena comida en Suchitán, como a 8 kilómetos al norte de Comala. Lugar famoso por ser parte de la ruta del café de Colima, así como por las tradicionales máscaras de madera con múltiples rostros inexpresivos. Una buena comida mexicana en el restaurante “Los Portales de Suchitlán” sería el último punto antes del regreso a la base, concluyendo la exploración de la segunda jornada.
Día 3, El Chanal y el Centro Histórico
El tercer día empezó con un desayuno desabrido estilo gringo de Aplebee’s. Sin duda que el buffet del hotel ofrecía mejores perspectivas, pero se trataba ese día de variar. Una vez que terminó la larguísima espera que suele venir para la cuenta en estos lugares, y con alimentos que no pasaran a la historia por su espectacularidad, seguimos nuestra ruta al segundo sitio arqueológico en importancia de Colima: el Chanal.
A unos cuatro kilómetros sobre vías empedradas al norte sobre el tercer libramiento de la ciudad y enclavado en medio de una zona residencial suburbana, se encuentra este sitio, que si bien no ha sido sujeto de una restauración del tamaño ni la magnitud de la Campana, si consta de un conjunto de unas 7 u 8 estructuras emplazadas en un espacio relativamente pequeño, de lo que en su época fue probablemente el asentamiento más grande del estado de Colima (se estima que cercano a 50 hectáreas). Su visita puede tomar entre media hora o cuarenta minutos. En nuestro caso, la visita se hizo más larga y divertida gracias a que nos acompañaron en el recorrido las dos hijas del arqueólogo responsable del sitio, y sumando esto a que Diego emprendió la ruta completa a su rimo de pasos milimétricos, pues la nuestra nos llevó más de una hora.
En el sitio, que data de una época posterior a la Campana, aproximadamente de 1,100 a 1,400 d.C., se distinguen dos plazas principales rodeadas de otras tantas más pequeñas. La primera plaza se corona en una pequeña pirámide que se destaca desde la entrada, mientras que la segunda luce más importante ya que cuenta con una estructura ceremonial grande en el fondo. Las dos pirámides principales cuentan con fosos profundos en donde se albergaban las llamadas tumbas de tiro, en donde se encontraban los esqueletos de los que debieron ser destacados gobernantes o figuras religiosas, rodeadas por ofrendas que ahora se exhiben en el museo de historia en el centro de la ciudad. En la parte lateral de la primera plaza, se encuentra un ancho juego de pelota y en su parte posterior inicia una compleja red de estructuras muy similar a la que vimos en la Campana.
Una vez concluidos los sitios de la región, nos movimos al centro. Dejamos el auto en un estacionamiento al inicio del famoso andador Juárez, que a inicios de la fundación de la ciudad era el punto de referencia que la dividía en 4 sectores, por lo que todas las numeraciones de las calles principales inician en ese punto. Actualmente, esta calle ahora peatonal, es un referente turístico y el lugar ideal para compra artesanía y productos de la región, así como de souvenirs para los turistas.
Saliendo del pasaje llegamos a la Plaza Libertad, principal centro de la ciudad y en donde se encuentran la Catedral, el Palacio de Gobierno, los legendarios portales del Hotel Ceballos, el Teatro Hidalgo (por una cuadra lateral) y el Museo de Historia Regional. Nuestros pasos se encaminaron hacia este punto para complementar la visita que habíamos hecho de la Colima prehispánica.
Una de las tradicionales viejas casonas coloniales de patio abierto, albergan el Museo de Historia Regional, recinto dedicado al rescate del acervo local, desde piezas de las civilizaciones prehispánicas, pasando por la colonia, el período independentista, el porifirista, el de la guerra cristera, de mucha relevancia en la región de Colima, Jalisco y el Bajío, y llegando hasta la modernidad, incluyendo los primeros gobiernos del Estado e incluso abarcando un famoso sismo de 1941 que prácticamente acabó con el centro histórico de la ciudad. La parte más destacada, que es la colección de piezas prehispánicas incluye una gran cantidad de esculturas en las que destacan el barro cocido y liso, incluyendo los célebres perritos colimotes, pero también guerreros, madres con sus niños, algunos incensarios representando deidades e incluso algunos rostros en los cuales se resaltan rasgos tersos que simulan la apariencia de la piel. En las secciones de la colonia y posteriores, hay objetos que van desde máquinas para la producción agrícola de la revolución industrial, una gran carroza del período de la reforma y objetos finos del período de Porfirio Díaz.
Saliendo del museo nos encaminamos a buscar un restaurante que, como Ana traía antojo, debía ser de mariscos. Y ahí fuimos a buscar... la primera opción que nos dio en el navegador, fue el Marlin Azul, desafortunadamente estaba vacío y no daba muy buena espina; la segunda, un lugar cerca de la universidad llamado Las Hamacas, pero en este caso nos fue aún peor, ya que no existía y en su lugar habían puesto una tienda de refacciones; la tercera opción, el Atracadero, no era el lugar más limpio y lujoso del mundo, pero estaba rico y tenía buena variedad de platos, ahí finalmente cumplimos el antojo.
Al final, el recorrido se nos vio truncado debido a una laringitis súbita de Diego por los aires acondicionados, por lo que nos faltó recorrer con detalle otros rincones como el Jardín Nuñez, el Palacio Federal o San Francisco de Almoyolán. Sin embargo, siempre he pensado que dejar algunos puntos siempre nos da pie para futuras visitas.
Ciudad tranquila, de casas bajas, calurosa pero con muchos árboles, limpia en sus calles y en sus muros, Colima nos sorprendió de forma grata. Es uno de esos lugares en que los placeres son simples, en donde el tiempo transcurre tranquilo, y que nos transmite una personalidad discreta pero bien definida. Un punto para recomendar sin duda.
Pablo,
ResponderBorrarRecién conozco tu blog, de hecho que lo visitaré más seguido. ¡Qué bonitos lugares que tiene México!
Saludos desde Perú.
Adriana
Heeyyy, Pablo me dio gusto el saber de ti... saludos de tu amigo jesus ortiz (el chino, cbtis 225 grupo a).
ResponderBorrarescribe a mi correo (univadis@gmail.com) para estar en contacto.