Reflexiones sobre “La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa

Después de algún tiempo y de algunas lecturas más enfocadas hacia las tramas de misterio, tomé la decisión de hacer otra inmersión al mundo del boom latinoamericano, compuesto por una cantidad de importante de obras de las cuales escuché un sinnúmero de anécdotas de mis padres, que han sido actores en ocasiones directos, en otras indirectos, de forma tanto anecdótica como vivencial, de esta generación de brillantes escritores nuestros.

Hace años, cuando me llegaban las referencias de la novela “La ciudad y los perros” de Mario Vargas Llosa, siempre era de forma escueta y por qué no decirlo, poco atractiva. Esa historia que no iba más lejos de “esos muchachos que enfrentan las aberraciones de la dura vida en un colegio militar”. Pero un día, ni siquiera esperé escarbar en el librero de mis padres, sino que, al verlo ocasionalmente en una librería y por puro necio impulso del momento, la compré. Y al concluir con un par de textos pendientes en la lista, me di a la tarea de su lectura.

Mucho se ha contado y escrito de la novela, pero ciertamente su análisis no es simple. Primer punto que encontré, el texto es un delirio de virtuosismo literario. Narrado a varias voces y donde se deja al lector armar el rompecabezas, la historia fluye a través de la famosa técnica de vasos comunicantes, en donde los sucesos individuales de la vida de cada uno de los protagonistas va construyendo una trama realmente cautivante. A la postre la novela se convertiría en un magnífico exponente y ejemplo de este procedimiento, tan utilizado en la narrativa de nuestros días, tanto para textos escritos, como para guiones cinematográficos y televisivos. 

El conocido entorno es un colegio militar, el Leoncio Prado, y sus protagonistas son los cadetes del instituto. Pero principalmente un grupo de quinto grado, que conforman una especie de cofradía llamada “el Círculo”, que son su líder y fundador el Jaguar, sus más cercanos compinches, el Boa y el Rulos y el serrano Cava, así como dos personajes que giran en la periferia, el llamado Poeta, Alberto, el protagonista más destacado de las varias voces que cuentan la historia, así como un personaje gris y de bajo perfil, Ricardo Arana, apodado “el Esclavo”. También, toman un rol importante en la historia algunos personajes secundarios, como lo son el Teniente de su división, Gamboa, y los altos mandos en la dirección del instituto y, por supuesto toda la tropa de alumnos entre los que se mueven estos personajes.

A pesar de que Alberto es el que lleva el hilo conductor principal del libro y sus andanzas son narradas en tercera persona, las historias de varios de estos compañeros son contadas en primera persona, haciendo de la lectura un poco confusa al principio, al menos hasta que uno les va poniendo identidad a cada uno de los narradores. 

La historia se desarrolla en el período entre un operativo del círculo para hurtar un examen de química de las oficinas de los oficiales, hasta el fin del ciclo escolar. Sin concesión, la novela expone capítulos abominables del día a día de los cadetes, mostrando atrocidades que se llevan a cabo en el fuero íntimo del seno del internado militar, y que se esconden de los altos oficiales. Secuencias que van desde la zoofilia hasta los actos sodomitas advierten al lector que, para llegar a las verdaderas tramas de la novela, hay que meterse de lleno a las miasmas corruptas de las sociedades castrenses, conformadas por el endurecimiento de los jóvenes bajo un estricto sentido de falsa virilidad, y bajo una máscara de honor y justicia.

Las vidas de los protagonistas son narradas en retrospectiva, permitiendo al lector entender cómo llegó cada uno de los actores a estar en el colegio y entender por qué cada uno adopta su rol actual. Y es en este punto donde creo que, desde un punto de vista personal, radica la principal brillantez de la novela: Los personajes que al principio parecen villanos miserables son mucho más complejos de lo que aparentan, las amistades se mueven dentro de ambiguos códigos de honor que se construyen a partir de mentiras, el honor se deshace y se entrelaza con la traición y finalmente, aflora la ingenuidad y la ternura de muchachos que, finalmente, no dejan de ser niños. Este sentido de humanidad dentro de la crítica a un sistema militar que despedaza las almas y las voluntades, es el triunfo del espíritu humano.


En la Ciudad y los Perros se expone una realidad sujetas al orden y la disciplina, en donde el verdadero asunto está en cómo romper y violar esos valores, dejándolos sin sentido. En los códigos militares el orden y la disciplina sirven para adecuar la verdad a las leyes, pero la corrupción de los sistemas militares latinoamericanos ha demostrado que ese orden y disciplina sólo sirven para que las leyes se puedan ajustar al poder imperante. Entonces, el discurso del microcosmos del Instituto Leoncio Prado se magnifica y se extiende al mundo real, donde lo que rigen son los intereses y las apariencias, y no así la justicia.

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