Hidalgo, viajando al México minero


El pasear por el corredor de la montaña en el estado de Hidalgo es sin duda una experiencia única. Para los que no habíamos tenido la suerte de conocerlo y que residimos en la capital, el pasar por Hidalgo no representaba más que algunas visitas eventuales a la ciudad de Pachuca, que siempre tiene su encanto, o recorrer las nuevas autopistas que nos llevan de forma rápida desde la ciudad de México hasta Veracruz, entrando por lado de Papantla y hacia la costa Esmeralda. En esta ocasión, nuestro destino sería unos kilómetros al norte de “la bella airosa” hacia la llamada Sierra de Pachuca, y cuál sería nuestra sorpresa en adentrarnos a ese sendero que, como cuento fantástico, inicia con un pequeño túnel a la salida de la ciudad y va tomando forma de pendiente ascendente. En este punto el ecosistema cambia radicalmente pasando de ese paisaje llano y semiárido con el cuál creíamos identificar al estado, a un paisaje poblado de oyameles.

Nuestro recorrido tenía como escala principal la Ex hacienda San Miguel Regla en el municipio de Huasca de Ocampo, lugar muy recomendado por varios amigos. Curiosamente, a pesar de que este sería nuestro punto de estadía, era el que estaba en el último extremo del recorrido, ya que antes pasábamos por todas las escalas que después constituirían nuestro tour: primero la desviación a la reserva ecológica del Chico, después Real del Monte pasando por Omitlán y posteriormente el pequeño pueblo de Huasca, tan lleno de lugares mágicos en sus alrededores.


Ex hacienda San Miguel Regla

Como dijo Jack el Destripador: vamos por partes. Nuestro destino en San Miguel Regla, es una enorme ex hacienda habilitada actualmente como un hotel de más de 140 habitaciones que debe su nombre a su fundador, empresario minero, político influyente y todo un magnate del siglo XVIII, Pedro Romero de Terreros, que en 1768 fue nombrado como “Conde de Regla” por el rey Carlos III. El edificio principal actualmente está habilitado como recepción del hotel, y lo primero que se ve desde el umbral es un cuadro ecuestre enorme del mismísimo Don Porfirio Díaz evocando los tiempos en que éste fue general, muy posteriores a aquellos en que Don Pedro construyó su imperio en la región. La ex hacienda por sí misma es un lugar donde uno puede pasarse varios días y no terminar de descubrirla por completo, un complejo laberinto de jardines, fuentes, áreas que en otro tiempo fueron empleados para la producción agrícola y el trabajo del metal, y que posteriormente se anegaron en agua formando lagos artificiales; una gran alameda en la entrada que ahora es utilizada como espacio de juegos infantiles, así como una pequeña capilla que adorna la entrada principal, siendo muy utilizada en ocasión de bodas y otros eventos sociales. 

 
Hay varios puntos que pueden resultar útiles cuando se llega a este lugar, y que nosotros aprendimos como suele suceder, por el camino difícil: La gente que trabaja en la recepción del hotel es la clásica de un lugar que ya es muy popular y que recibe visitantes de forma constante, mostrando muy poca actitud de servicio y escasa atención. Es justo decir que tampoco llegan a la descortesía, la verdad es que como dicen en el rancho, “ni fu ni fa”… así que es mejor no esperar los tratos que recibía el Conde sólo por llegar a su hacienda, hay que tener muy presente que lo que vale realmente es el lugar. Un buen consejo de amigos es, que una vez que se llega, hay que pedir que le enseñen las habitaciones antes de ingresar con todo el equipaje, las canastas, los chivos y el mandado de tres días. Por lo que nos pudimos dar cuenta, en el hotel se fueron construyendo habitaciones poco a poco, y cada una es completamente diferente de las demás. Las hay demasiado lejos de los servicios, otras obscuras o bastante iluminadas, hay las que tienen buena vista a los jardines y otras con vista a deprimentes muros de piedra, también existen cuartos en zonas de mucho tráfico de gente y otras en lugares solitarios y tranquilos, también están algunas en zona de chimeneas donde siempre es un placer armar la clásica fogata y otras donde hay que aguantar las temperaturas gélidas en las noches. En fin, el lugar es muy variable, por lo que vale la pena echar un ojo antes de aceptar el cuarto asignado.


En nuestro caso, fuimos como el clásico neófito que llega de forma ingenua y nos mandaron a una habitación llamada “la Escondida”. A la postre, descubriríamos la razón del nombre, ya que era un pequeño cuarto enfrente a la alberca con una sola cama matrimonial y totalmente aislada del resto del hotel. En esta habitación se oían todos los chapuzones, el crujir de los resortes de una cama elástica utilizada de forma adictiva tanto por los nenes pequeños así como por nenes no tan pequeños y alguno que otro incróspito desmañanado que se sentía gimnasta olímpico; pero también se oían los gritos de las dinámicas motivacionales de los grupos de empresas que hacen sus eventos al hotel y se veía la luz de castillos de fuegos artificiales que resultan práctica sabatina en la ex hacienda. En fin, la famosa “Escondida” fue un verdadero circo en donde lo menos que vimos fue paz y tranquilidad. Al segundo día hicimos una exploración para movernos a otra habitación con nuestro equipaje, canastas, chivos y  mandado de tres días. Bueno, pero todo esto viene a cuento porque se nos hizo tan fantástico el lugar, que estos datos folclóricos pasaron siempre a segundo término.



La Peña del Aire, los Prismas Basálticos y San Juan Hueyapan

Unos pocos kilómetros hacia el sur de San Miguel Regla, existe una bifurcación, en donde uno decide si toma la ruta de la Peña del Viento o los Prismas Basálticos, siendo ambas visitas obligadas en la región. 

Nuestro primero destino de escala fue la famosa peña. Cuál sería nuestra sorpresa de descubrir que después de más de media hora de camino de terracería y una vista monótona de campos de cultivo, de repente se hace una profunda hendidura en la tierra definiendo una enorme barranca. La barranca aparece de forma tan sorpresiva, que si uno va corriendo y cruza varias partes de una larga barrera de arbustos, se puede ir directo al precipicio y caer los más de 300 de metros que hay hacia abajo. La viste desde el borde de la barranca es monumental y la paz que se siente con el roce del viento invita a la reflexión. 

En el recorrido en auto, nos encontramos bordeando esta enorme barranca por unos caminos de terracería bastante temerarios, que definitivamente no recomendamos tomar en época de lluvias. Y así, después de unos 20 minutos de recorrido con varios miradores interesantes, uno llega a un terreno bardeado con los clásicos señores vendiendo desde miel de la región, como agua de coco, así como los llamados jardines espinosos. A un lado de estos puestos dejamos el auto, y mientras Diego se fue muy interesado detrás de un rebaño de ovejas hacia un llano totalmente irrelevante, me enfilé a ver la famosa piedra. Una espada de gigante de roca que corta el paisaje, suspendida de una pequeña base, conformando un prodigio de equilibrio natural.


Después de unas buenas fotos hacia el río que surca por debajo, de que Diego corrió y corrió detrás de las ovejas y de que Ana le sacó conversación a un tímido pastor que las cuidaba. Seguimos nuestra ruta hacia los prismas basálticos.

Los prismas basálticos son un lugar alucinante. Una infinidad de cañones de piedra que se originaron por el enfriamiento lento de lava volcánica hace varios millones de años, se van recortando en caprichosas formas escalonadas definiendo un paisaje único. Se distribuyen desde uno de los extremos de la hendidura que viene de la otra célebre hacienda de Don Pedro Romero de Terreros, San María Regla, y llegan hasta la zona con mayor concentración, en donde hay una caída de agua monumental, en la cual se han construido escalinatas para que el visitante pueda apreciar el salto ya sea desde la cima, como desde su base. Los asombrosos prismas de roca parecen los tubos de un gran órgano gigante, y entre ellos se escurren una infinidad de torrentes acuosos. Por encima, y como una de las principales atracciones del parque, existe un par de alambres de rapel que permiten a los visitantes hacer un vuelo por encima de la zona de la gran cascada. 



De regreso en la bifurcación donde iniciamos el recorrido del día,  pasamos por la ex hacienda de San Juan Hueyapan, famosa hoy en día por la producción de rompope y que conforma una integración extraña de estilos y agregados de diferentes tiempos. Basta decir que la Hacienda ha pasado por diversas manos en sus más de 400 años de historia, en 1609 la construcción original la realizó Don Domingo de Escorcia. Casi un siglo después pasa a manos de Isidro Diego Tello y en 1780 la adquiere, para no variar, Don Pedro Romero - Conde de Regla. Es en 1850 que vuelve a la propiedad de la familia Tello y cuarenta años después la toma José Landeros y Cos, que la hereda a su hijo en 1902 y que posteriormente la reparte entre sus amigos y parientes. Así después de algunos años, se queda en propiedad de la hacienda Don Carlos Blanco, antiguo administrador de la misma. Finalmente, después de tantas vueltas y cambios de propietarios, la Hacienda se queda bajo la tutela de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo, actuales moradores de parte importante del lugar.  

La sensación que se tiene al entrar a Hueyapan es encontrada, por un lado tiene algunas secciones de la antigua hacienda que han logrado sobrevivir angustiosamente al paso del tiempo y que son las que tienen mayor valor histórico. Muchas de estas secciones del “casco viejo” se encuentran coronadas por altos pastizales y hierbas, siendo apenas reconocibles. Entre ellas, se distinguen salones con restos de ornamentos y hoy abandonados de lo que en los viejos tiempos debieron ser las partes principales de la estancia; también se distingue un área de baños sauna parcialmente modernizados y que operaban a través un de un viejo tanque de vapor que nos recuerda los tiempos de la Revolución Industrial. El tanque parece que, entre herrumbre y algunas adaptaciones, sigue operando de vez en cuando.



Por otro lado en Hueyapan hay otras secciones no tan interesantes, donde los diversos propietarios han tratado de implementar sus propias “restauraciones” sin respetar el estilo arquitectónico original de la hacienda.  Aquí uno encuentra de “chile, de mole y de manteca”, entre paredes pintadas de diferentes colores, muros de ladrillo, secciones de concreto, partes en eterna obra negra y en fin, resta decir que eso desmerece bastante el lugar. Adicionalmente, existen otras áreas del lugar que parecen interesantes, pero que actualmente no se encuentran habilitadas para visitantes y que son las áreas exclusivas de la orden de los operarios… No nos queda duda de que quizá sean las mejores.

A pesar de los contrastes, vale mucho la pena adentrarse en la historia del lugar, que nos justifica de alguna manera la diversidad de sus construcciones. Como referencia, existe una historia detallada que puede ser consultada en la liga http://exhaciendasanjuanhueyapan.com/Historia.html


Real del Monte, historia viva de la minería

El mundo frío detrás de los barrotes de una jaula. El viento que pasa en medio del corredor montañoso de Real del Monte cala los huesos y sacude las plumas. Pero entre rostros de turistas azorados y de algunos niños que tiran cosas para ver si alguna de ellas les agrada y se las comen, así y sólo de esa manera puede transcurrir la vida de ese gran papagayo azul que observa el mundo con su penetrante mirada amarilla. Sus compañeros de celda, unos muy peculiares azulejos que hacen pareja (en lo personal jamás había sido testigo de unos de carne y hueso), un par de tucanes que a falta de alimento, se ven orillados a comerse sus propias heces,  y otros tantos amigos alados que comparten cautiverio viendo la vida pasar. Esta es la primera imagen que tuvimos al entrar en el pueblo mágico, un mote nunca mejor puesto, en el estacionamiento de un hotel del centro de Real. Después de 2 infructuosas búsquedas de estacionamiento debidas a lo barroco y abigarrado de sus calles, nos convenceríamos de que este era el único lugar donde podríamos dejar el auto y salir a pasear.

Real del Monte, un mundo singular sin duda, ya que sin tener el esplendor de las grandes capitales mineras como San Luis, Guanajuato o Zacatecas, si conserva todavía el dejo de la minería como actividad viva, a pesar de que ya no lo sea tanto. La actividad viene desde los tiempos prehispánicos en el que el pueblo recibía el nombre otomí de Maghotsi o “paso alto”. Fue fundado con el nombre actual en el año 1552, recibiendo la denominación de “Real”, que se otorgaba a los sitios donde existieran minas de cualquier metal, por ser considerados de forma muy “adecuada” bajo la jurisdicción directa de la Real Corona, debido a la importancia económica de los sitios.

Una de las peculiaridades de este pueblo minero es que, con la llegada de los ingleses en el segundo cuarto del siglo XIX, se introdujeron los célebres pastes o “pasties”, como se le llamaban originalmente. Que no son más que las conocidas empanadas, pero que históricamente se han convertido en uno de los platillos más característicos del estado. Para muestra basta asomarse a deleitar las delicias de los pastes “el Portal”, que se ubican en los arcos del centro, a un costado de la Iglesia del Rosario. Paraíso del glotón, en este lugar se producen cantidades industriales de pastes que van desde el original inglés de papa con carne, de mole verde o rojo, de tinga, de salchicha, hawaianos, de tres quesos o de champiñón con queso, hasta los dulces de arroz con leche, de piña o de manzana. Se cuenta que el diseño original del paste portaba la forma clásica de trenza gruesa en el borde del pan, que permitía comerlo con las manos sucias de los mineros sin necesidad de lavarlas, para posteriormente ser desechada cuando este era ingerido. Cuando se llega a Real, todo mundo pregona que los mejores pastes son de este o de aquél lugar, a veces con conocimiento de causa y otras por motivos de conveniencia familiar. Sin embargo nos tocó probar estos del Portal y desde que uno entra y siente el aroma del paste horneado, se deja seducir y de forma necesaria, se queda y termina cargando una caja repleta de pastes. 

Ya para empezar el recorrido, nos subimos a un camioncito de doble piso desde el cuál se van registrando las postales de los diferentes sitios importantes de la ciudad. El recorrido pasa por dos de las cinco minas que alguna vez fueron la razón del auge económico que hubo en el pueblo (de Dolores, la Dificultad, la Rica, de la Purísima y de Acosta). La primera por la que se pasa es la Mina de Dolores, pasando sobre la calle Gómez Farías. Entre chistes malos del guía y pocas vistas realmente atractivas del lugar y sus puntos célebres, se alcanza a ver una muy curiosa peculiaridad, en sus muros hay una especie de mural muy tosco y borrado por los años, de lo que vendría a ser un minero con los pelos parados y varios bultos de lo que bien podría ser su herramienta volando por los aires en medio del fuego de una explosión. Uno desea que ese mural haya sido posterior al cierre de la mina y un dato más bien sarcástico, ya que sinceramente no nos gustaría ponernos en los pies de esos mineros destrozados por la vida llegando cada día a ver esa imagen casi surrealista, de lo que bien podría ser la crónica de su propia muerte. Pero en fin, ahí está la imagen en la mina.



A unos metros de la subida de la mina de Dolores, el guía le pide a uno que se quede mirando como lelo hacia un estacionamiento. Al parecer, una simple explanada en donde no hay nada relevante. Pues bien, resulta que para los amantes del fútbol (que no son pocos) es un sitio trascendental, si consideramos que fue en ese lugar que los mineros ingleses pusieron las clásicas piedras y sacaron un viejo balón para jugar el primer partido de futbol en México. Muy bien, después tuvimos que soportar varios chistes malos (otra vez) del guía sobre la superioridad del Pachuca en el circuito local, pero bueno... la magia de los pioneros está en ese lugar.


El Panteón Inglés

En Real del Monte, hay un lugar que requiere un trato especial, y que destaca por lo diferente que resulta de todo lo que estamos acostumbrados a ver en estos paseos: el Panteón Inglés. Más allá del valor histórico que tiene el lugar y la belleza de sus tumbas (algunas de ellas verdaderas obras de arte); lo que llama la atención es conocer por un lado, la interpretación de su simbología y por el otro, los cientos de historias que rodean a muchas de las tumbas que se encuentran ahí.

Si uno arriba al cementerio como un simple turista y sin mayor referencia del lugar, seguramente quedará fascinado por las formas escultóricas, quizá descubra algunos simbolismos de ellas, pero nada más. Es gracias a la Sra. María del Carmen Hernández, primogénita de Don Ignacio Hernández Lara o don Chacho, cancerbero de este recinto por casi 50 años, de joven minero de profesión y que un buen día fue invitado por Harold Pengelly, a cuidar del cementerio y que se fue convirtiendo en cronista de los significados y las historias de cada una de las tumbas, convirtiendo este cementerio en un auténtico museo, principalmente de connotaciones profundamente masónicas.

Cuando se va en el recorrido panorámico por Real del Monte, y debido a las complicaciones que conlleva llegar a la entrada del cementerio, el camión sólo se acerca un poco, confinando el lugar a una muy escueta explicación, aderezada como siempre por el inconfundible humor del guía, que consiste en decir que “los ingleses no se quisieron mezclar con la prole” y que lo único llamativo del lugar es “la tumba de un payaso que está orientada diferente de las demás, por el amor que le tuvo el ilustre personaje a México”. El discurso va acompañado con la percepción de que los ingleses de Cornwall que a la postre dieron fama a Real del Monte, llegaron a hacer vida y a explotar la riqueza de las minas en México, cosa que a pesar de tener cierta dosis de verdad es una explicación muy simplista de lo que ocurrió.


La interpretación que uno conoce a través de Doña Carmen es un poco diferente. Muchos años antes del arribo de los ingleses, allá en tiempos de la colonia, las minas fueron tomadas por los españoles a los indígenas, con base del clásico canje por espejitos y listones de papel, o simplemente arrebatadas a la fuerza.  Durante varios siglos los españoles explotaron las minas de Real del Monte extrayendo metales preciosos y minerales diversos. Sin embargo al llegar la Independencia del país, estas se conservan con dificultades, algunas de ellas fueron hasta inundadas para ser inutilizadas, y después de varios esfuerzos de reactivarlas, a los excesivos costos de explotación, y a la necesidad de capitalización, las minas fueron adquiridas por una sociedad inglesa, de nombre Compañía de los Caballeros Aventureros en las Minas de Pachuca. 

Fue en el año de 1825, que llega a México la famosa camada de mineros de Cornwall, los cuales invirtieron en las promesas del nuevo mundo y se vinieron a América con sueños de riqueza. Llegan al puerto de Veracruz, muchos de ellos con sus familias, pero también acompañados maquinaria pesada y herramientas, y de ahí se desplazan a las zonas mineras de la sierra de Pachuca. Cuenta la leyenda que el interés de esa región en particular podría venir del clima frío y los días nublados y húmedos, muy similares a los que ellos tenían en Inglaterra, a saber si es cierto… pero le da un toque nostálgico que adereza bien la historia. La llegada a Real y a los otros sitios mineros fue toda una odisea, transportando toda esta parafernalia desde al puerto, con el consabido cruce de la Sierra Madre, que implicaba mil dificultades técnicas, costos no previstos e innumerables bajas debido a las condiciones inclementes, así como a las enfermedades exóticas para los migrantes. 

Es en 1834 que se funda el Panteón Inglés, con una leyenda a cuestas. Había un judío en la comunidad inglesa que trataba con mano de hierro a los trabajadores, alimentando una fama despreciable y siendo aislado por el resto de la comunidad. Después de algunos años este hombre fallece, pero de tan despreciado, nadie se hace quiere hacer responsable de darle entierro y después de algunos días el cadáver empezaba a apestar. Entonces una parte de la comunidad habla con el presidente municipal y le pide ayuda. El presidente les otorga un pedazo de tierra en el cerro más alto del pueblo para que lo entierren, sin embargo, se encuentran con que la superficie es pura roca, siendo imposible enterrar el dichoso cadáver. Posteriormente, bajan el cuerpo hasta el segundo cerro más alto, pidiendo permiso nuevamente al presidente municipal, y por supuesto que cómo le iba a decir que no a los güeritos. Ahí se entierra al pobre tipo al que parece que ni la tierra lo quería dentro. Bueno,  al menos eso intentan, ya que empiezan a escarbar y en el proceso, se deja venir un diluvio, impidiendo nuevamente el entierro. La gente se retira a sus casas en búsqueda de refugio y deja el cadáver ahí a un lado de la excavación a medias. Al día siguiente regresan y cuál sería su sorpresa que el cadáver no se encuentra, se hizo gran deslave con el agua y el lugar estaba hecho un desastre. Pues bien, el cuerpo del judío no se encontró por ningún lado, y con la fama que lo antecedía, tampoco creo que hayan hecho mayores esfuerzos para recuperarlo. El caso es que a ese cerro se le quedó “el cerro del judío” en honor a ese curioso hecho acompañado de las mil connotaciones paranormales que suelen acompañar estas historias.

De ahí en adelante, ese sitio sería utilizado como cementerio, conocido como “El Cementerio del Judío”, pero como los ingleses también enterraban allí a sus compatriotas, no quisieron que se quedara con el mote. Entonces un grupo de ingleses se reúne a debatir sobre el nombre que le pondrán al cementerio, y luego de acaloradas discusiones, alguien propuso que, dado que los ingleses que habían llegado a trabajar las minas iban a acabar muriendo ahí, sería bueno que tuvieran un cementerio donde se respetaran sus tradiciones y las de sus familias. Este recinto dentro de su célebre puerta de hierro forjado, y con todas sus tumbas, con excepción de la del célebre payaso, orientadas hacia la isla británica se identificó desde ese entonces como el Panteón Inglés.  

Si nos ponemos a contar cada una de las historias de las diferentes tumbas del lugar así como los miles de los significados de su mampostería; primero, jamás lo podríamos hacer con la elocuencia de Doña Carmen, y después, no terminaríamos nunca. Por lo que mejor dejamos abierta la posibilidad a vivir la experiencia y dedicar unas 2 horas del viaje a conocer tan increíble lugar.


Mineral del Chico

Mientras uno va cruzando el espeso y mágico bosque de la reserva del Chico, se va adentrando en un mundo que parece de sueño. Pasando Real del Monte desde Huasca, en lo que vendría a ser el regreso a Pachuca, hay una bifurcación al gran portón de piedra que identifica la entrada a la reserva ecológica del Chico y de ahí a la sinuosa carretera a Mineral del Chico, con un ascenso conformado por un sinfín de curvas, en medio de un paisaje que deja de ser de oyameles y pasa abruptamente a ser dominado por un denso bosque de encinos y coníferas. 

Antiguamente se conocía al pueblo como Atotonilco, o Real de Atotonilco, que significa “lugar de aguas termales”. Sin embargo, el significado prehispánico no es muy representativo del lugar, si se toma en cuenta que su fundación se debió al descubrimiento de minas en la zona de un pueblo más antiguo, llamado Atotonilco el Grande. Para diferenciarlo de este, se le nombró al lugar como Atotonilco el Chico; tiempo después, como las vetas encontradas en la mina, fueron suficientemente jugosas para los conquistadores, se le denominó al lugar Real del Chico, de cuyo nombre posteriormente pasó a la denominación actual como Mineral del Chico, o simplemente "El Chico". 

Conforme avanza el auto, y sin mayor aviso, se yerguen a un costado de la carretera unas moles gigantes de roca conocidas como “Las Monjas” en honor a la leyenda distintiva del lugar, rescatada en el libro de  Miguel A. Hidalgo, conocido poeta y periodista, quien en 1924 dio a conocer en su libro “Pachuca sus historias y sus leyendas”.

Cuenta la leyenda que hace ya más de cien años, a mediados del siglo 19, cuando Mineral del Chico vivía su más importante bonanza minera, dos bellas jóvenes habitantes de aquel antiguo real tuvieron un desliz, lo que motivó la furia de sus padres, quienes ordenaron fueran recluidas como religiosas en un conocido convento de la Ciudad de México, de donde se fugaron poco después, a fin de regresar a solicitar el perdón de sus padres. Mas resultó que los indignados progenitores de aquellas monjas novicias ordenaron que fueran encerradas en la iglesia del pueblo, a fin de que purgaran allí sus culpas, para lo cual se cortó toda comunicación de las recluidas con el mundo exterior y se les impusieron los más duros castigos. Dicen que una noche, cuando todo el mundo dormía, aquellas audaces mujeres concibieron la idea de fugarse de la prisión. Escalaron los altos muros del templo y salieron por la bóveda y de allí bajaron por la escalera del campanario; poco después atravesaron sigilosas el oscuro pueblo y se internaron en el monte.

Después de varios días de fuga a través del bosque, de mil penurias, las monjas se arrepintieron implorando por clemencia al Señor, y cuenta la conseja que en ese momento se les apareció Lucifer, invitándolas a que se fueran con él. Aterrorizadas, ellas siguieron orando. De repente, cae un rayo con enorme trueno fulminando el cuerpo de las pecadoras y convirtiéndolas en enormes moles de granito. Según los lugareños, el día que cae ese rayo ni siquiera había nubes, pero el terrible estruendo hizo que todos los habitantes salieran del antiguo real, dirigiendo la mirada hacia donde se vieron ante los enormes monolitos de roca. 

Algunos pobladores deciden llevar hasta el lugar la adorada imagen de la virgen de la Purísima Cocepción, mejor conocida como “La Niña” hasta las grandes rocas; pero tan  pronto como se inicia el ascenso, empezaron los ruidos de quejidos terribles, azotes y ruidos de todo tipo como cadenas, rugidos y golpeteos. En ese momento, los creyentes vieron que la Niña ya no estaba con ellos, el tememe apareció vacío, y la imagen se había caído dentro de una hendidura formada por las dos moles de roca. Esto fue interpretado como signo de la salvación del alma de las religiosas, y desde entonces a los monolitos se le denominó “Las Monjas”. 

Vale decir que más allá de cualquier leyenda mística, las enormes formaciones de piedra tienen una vista impresionante coronando la cima de la Sierra.


Mineral del Chico es un Pueblo Mágico que tiene un increíble encanto. El jardín principal que adorna el costado del Templo de la Concepción, que data de 1725 y reconstruido en 1569, es reconocible por los muros entre azules y morados del edificio ubicado en uno de sus costados.  Caminando enfrente del templo y bajando unos escalones hacia la calle empedrada, se cruza hacia la casona de dos aguas del Palacio Municipal, y desviándonos a la derecha de este edificio, se ponen unos pequeños puestos donde hicimos una escala especial, ya que se venden dulces de la región y resulta un verdadero paraíso de los golosos: Las palanquetas de piloncillo con nuez, piñones, pepita o cacahuate, la fruta cristalizada, los mazapanes artesanales, los garapiñados de todo tipo y los mil colores de dulces enchilados. En esta ocasión, nosotros optamos por llevar mazapanes y pepitas garapiñadas con ajonjolí que resultan deliciosas tanto para el clásico antojo de media tarde, como para usarse de “granola” en los yogurths mañaneros.
En la avenida principal, enfrente de la iglesia, hay restaurantes, tiendas de artesanías y juguetes típicos. Fue en una de ellas mientras Diego decidía entre una guitarra miniatura y una carreta con cubitos numéricos, donde el amigo que atendía nos dio varias recomendaciones de la región. A pesar de que el pueblo es pequeño y fuera de la clásica caminata por el centro y obligada entrada al templo (no, no hubo retablos de oro esta vez, o si los llegó a ver en algún tiempo, ya no quedó vestigio), no hay mucho más que ver en el centro del pueblo. De ahí vienen dos visitas obligadas: La Mina de San Antonio y el paseo al mirador de las Monjas.


Subiendo con el auto por una pequeña carretera que inicia en el costado del palacio municipal,  se llega al “mirador”. El problema de este mirador es que la entrada estaba bastante deteriorada y hay riesgo de dañar la suspensión, así que preferimos mejor aparcarlo en una capilla semi abandonada a un costado del camino. Desde ahí se tiene una vista espléndida de las Monjas, que se presta bastante bien para captar alguna postal con la cámara. Este punto también se prestaba de locación para otras tantas vistas del pueblo desde las alturas, rodeado por esa vegetación majestuosa de la reserva. Fue ahí donde Diego comió su primera manzana extraída directamente del árbol. Una frotada en la manga y ahí estábamos todos robándonos las manzanas de la huerta, en plena época de pizca. Es increíble cómo nos pueden resultar fascinantes cosas tan simples que en otros tiempos y circunstancias eran tan comunes. El volver al contacto con ellas nos regresa a la esencia que nunca se debe olvidar.


El otro punto de escala es la mina de San Antonio. Bajando del mirador por un sinuoso camino que se dirige a la presa de El Cedral siguiendo el curso del arroyo, se pasa por un lugar ahora acondicionado como centro de ecoturismo. En el centro, la visita de la mina es parte de las actividades obligadas al llegar ahí. En la entrada, un veterano minero se encarga de dotar a los grupos con cascos y dar recomendaciones básicas. La mina en sí ofrece algunas curiosidades como algunas vetas multicolores del llamado “oro de idiotas”, el acceso a algunas galerías que dejan ver pozos de varios metros de profundidad, uno que otro murciélago y las descripciones del guía de algunos aspectos básicos de la actividad minera. Sin embargo, la mina en sí no da para mucho… es por esto que los encargados han creado algunas escenografías burdas del maniquíes con máscaras de monstruos, que hacen que el paseo a veces raye un poco en el patetismo, pero bueno, atracciones para todos los públicos finalmente. 

Hay que decir que cargar a un bodoque de 14 kgs. en terreno entre fangoso y “guanoso” cruzando enclenques escaleritas de madera no constituye una experiencia del todo agradable, y después de un ataque de pánico de Diego debido más a la obscuridad del lugar que a los susodichos monstruos, nos vimos obligados a dejar el recorrido a la mitad. Así que después de algunos carraspeos y vociferadas del papá decidimos abandonar la mina u seguir nuestro camino de retorno.


Santa María Regla

Si el paisaje que se llega a distinguir desde lo alto de los prismas basálticos fue de por sí impresionante, esto no es nada en comparación con entrar a la espectacular ex hacienda de Santa María regla, cuya atmósfera parece sacada de una película de fantasmas y donde su historia centenaria se va impregnando en el visitante desde el momento que entra.
La hacienda fue fundada al igual que San Miguel por el ilustre Pedro Romero de Terreros entre 1760 y 1762, que le otorgó a sus haciendas su nombre en honor de la Virgen de Regla, venerada virgen mariana originaria del convento agustino de Chipiona, en Cádiz.



Fue también el lugar donde Don Pedro muere en 1781 y entre sus datos más destacados se encuentra la visita de Alexander von Humboldt en 1803, que dedicó pacientes horas a hacer sketches de los prismas basálticos, que eran parte de la propiedad por aquellos años. Esos dibujos fueron publicados en Europa, dando a conocer por primera ocasión este notable lugar en tierras extranjeras. Los dibujos originales de von Humboldt actualmente son exhibidos en el Museo Británico, en Londres.

En el enorme portón de la entrada hay una imagen del Arcángel Miguel con la descripción “Quis ut Deus” (Quieren a Dios) y desde ahí se alcanza a ver una calzada revestida por arcos bajos y coronada con la torre de la antigua capilla. Caminando en ese sentido uno llega a un enorme jardín que sería el sueño de toda quinceañera, habitado por algunos gansos no muy amigables, y rematado por acueductos y unas enormes caídas de agua que conforman fuentes colosales. Atrás de ella, están los graneros y salones inundados que se alcanzan a ver desde la visita a los prismas. Pero antes vale la pena echar un ojo a la espectacular capilla cuya fachada es de un sobrio estilo barroco y cuyo diseño es atribuido a Antonio Rivas Mercado.

Además de estos magníficos jardines y espacios abiertos, el lugar se complementa con un laberinto de bodegas y pasadizos por los que el visitante se va adentrando a lo que en su esplendor fueron las zonas productivas de la hacienda. El proceso de trabajo del metal requería de enormes cantidades de agua proveniente de los múltiples arroyos y abastos de la región, mientras que los bosques locales proveían la madera necesaria para la fundición de la plata en barras. En sus mejores tiempos, la hacienda se extendió en un espacio de hasta doce hectáreas de tierra en el fondo del cañón, llegando a ocupar alrededor de 2,000 hombres.


En la actualidad, muchos de estos rincones se prestan como escenografía de clásicos castillos medievales, conformados por grandes y obscuros salones rodeados de arcos de roca burda, usados hoy en día para etílicos festivales de caballeros y doncellas. Uno se puede pasar horas caminando y descubriendo rincones, ya sea en espacios de simple reflexión o buscando increíbles encuadres para las postales fotográficas.


En 1945 en Santa María Regla se habilitó un área como Hotel, inclusive a precios más accesibles que San Miguel. El acceso a esta hacienda es un poco más complicado ya que el camino de acceso desde la entrada de los prismas es de terracería. Sin embargo, se nos antoja algún día volver a hospedarnos en este lugar y vivir el misterio que entraña sus recorridos nocturnos, sin duda esa debe ser una experiencia muy interesante.

A la salida de la ex hacienda, se observa el enorme lago artificial creado después de la inundación deliberada del lugar. En medio de este lago, se yergue una enorme chimenea o “chacuaco” como recordatorio del pasado esplendor del sitio.

Así transcurrió nuestro recorrido por esta región de México, una zona donde es inevitable impregnarse de historia, de leyendas y tradiciones, rodeados de fascinante naturaleza, de paisajes únicos y de miles de experiencias humanas que vale la pena compartir. Una región en donde se percibe el enorme sacrificio y los arduos trabajos de la actividad minera, una de las industrias más crueles, duras e inhmanas que han existido; así como un recordatorio de la concentración de la riqueza en algunos grupos privilegiados que amasaron tremendas fortunas con ella. El conocer y acercarse a ese historia será sin duda una experiencia que nos acompañará por siempre.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Reflexiones sobre “La ciudad y los perros”, de Mario Vargas Llosa

Cascada de Tamul, Huasteca Potosina

Tesoros de la Sierra Gorda