El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco.

La novela más emblemática de Eco tiene todos los elementos que fascinan a los amantes de los puzzles y los misterios: una intriga que se va tejiendo en el contexto de un monasterio benedictino de la edad media; un investigador, el franciscano Guillermo de Baskerville, a la más vieja usanza británica, con una capacidad de deducción, inteligencia y cultura que trascienden en su medio; un joven monje que nos narra fragmentos de su vida perdidos en el tiempo, que sucedieron en una edad de aprendizajes, dudas u descubrimientos, el novicio Adso, entonces aprendiz de Guillemo; así como una enigmática, rica y variada pléyade de personajes de diferentes orígenes que coexisten en la abadía, creando un microcosmos que bien podría ser una metáfora de la sociedad humana.

El contexto histórico en que ocurren los hechos narrados es importante, ya que ayuda a explicar los grandes intereses que estaban en pugna en la época. La historia está situada a principios del Siglo XIV, en medio de la disputa entre el Papa Juan XXII y el Emperador Ludovico de Baviera. Una disputa que desemboca en excomunión de Ludovico, acusado de herejía. En contraparte, el Emperador es coronado sin la anuencia del Papa, eligiendo con este fin a Nicolás V como una suerte de “Antipapa”. Debido a la fuerte influencia que tiene Ludovico en Italia, y particularmente en ciertas esferas nobles de Roma, Juan decide seguir el ejemplo de uno de sus antecesores, Clemente V, estableciendo la cede de la Iglesia en Francia, en el conocido como “Segundo Pontificado de Aviñón”. 

Los grupos de poder de una Iglesia dividida, existentes desde el anterior papado de Clemente VII hasta el momento en que ocurre la acción de la novela, crearon una gran fragmentación entre las diferentes órdenes, siendo la franciscana, a la que pertenece el protagonista de la novela Guillermo, de las más cuestionadas. Esta orden, cercana por otro lado a Ludovico, busca una reconciliación entre los grupos en disputa. Sin embargo, los diferentes grupos de interés empezaron a acentuar variantes entre las interpretaciones de las sagradas escrituras y tratando de terminar de forma radical con los grupos disidentes o  simplemente, confundidos. De esta forma se dio protagonismo crucial a la inquisición, que ejerció con terror una “limpia moral”, eliminando a todos aquellos grupos que no convinieran a los intereses de la autoridad Papal.

La abadía en donde se desarrolla la novela es un monumental conjunto fortificado en la parte más elevada de una montaña y que es un lugar ilustre por resguardar una de las bibliotecas más importantes de su época. Adentro de sus muros se mantiene un acervo celosamente custodiado y prácticamente secreto a todos, salvo a los bibliotecarios y al Abad, que no solamente resguarda escrituras sacras, si no que también incluye escritos de los orígenes más diversos: filosofía, matemáticas, religión, ética, cábala, ciencias ocultas, estudios naturalistas, física, entre un sinnúmero de temas tanto permitidos como vedados por la Iglesia. Esto, hacen de la abadía un lugar visitado por estudiosos de todos los orígenes, constituyendo un auténtico polo de conocimiento universal. 

En este lugar, en unos pocos días habrá un encuentro entre un grupo de la más importante jerarquía franciscana, entre los que se encuentra Michele de Cesena, líder de los llamados “espirituales”, con otro grupo de notables emisarios papales, encabezados por el impío y sanguinario inquisidor Bernardo Gui, para preparar lo que será una reunión directa en Aviñón con el Papa Juan XXII. El tema a discutir es la supuesta herejía de la pobreza apostólica. Guillermo de Basquerville es el primero de los franciscanos en hacerse presente para este concilio.

Justo por esos días empiezan a ocurrir una serie de muertes misteriosas de monjes que tienen relación aparente con asuntos de la biblioteca. Como son bien conocidas la inteligencia de Guillermo, así como su habilidad deductiva el Abad le confiere de forma discreta la responsabilidad de investigar el origen de las muertes, tratando de no escalar el asunto hacia un terror generalizado en la abadía, en vísperas de un encuentro tan importante.

El texto es de esos que nos atrapa desde el primer momento. Funciona a varios niveles como no he visto en otros textos de Eco, como los brillantes “El Péndulo de Falcault” o “El cementerio de Praga”: el aspecto histórico y la interpretación de los textos, como en estos otros, es el sello de la casa con Umberto Eco, ahí difícilmente hay quién le haga sombra; sin embargo, en “El Nombre de la Rosa” logra otras dimensiones, como lo son la refrescante exploración de los descubrimientos formativos del joven Adso, tanto a través del intelecto, en las interacciones con su maestro o el descubrimientos de secretos encriptados en los textos antiguos; o como el gran encaje de elementos, personajes inolvidables y situaciones que hacen funcionar la trama como piezas de relojería accionadas por misteriosos mecanismos divinos. Una soberbia novela de misterio.

Demasiado se ha hablado de la novela y creemos que se debe seguir hablando, sin embargo, siempre resulta una deliciosa recomendación. Su versión cinematográfica, aunque llega a captar algunos elementos de la obra, se quedó muy corta respecto al libro, y más que caer en viejos clichés que siempre ponen por encima el texto escrito sobre el lenguaje cinematográfico, en este caso la imposibilidad de su adaptación ocurre por un factor común en las obras de Eco: su deleite está en una acción intelectual que es imposible adaptar a imágenes, que nos habla de ideas, de interpretaciones y de percepciones que sólo puede lograr un libro cuyos principales protagonistas son, finalmente, los propios libros.

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