Malinalco, recinto de la Diosa abandonada


Recientemente por fin nos dimos un tiempo de escaparnos a uno de los lugares más pintorescos del Estado de México. Por esos tiempos estaban cercanos los últimos días de una etapa importante de nuestra vida en la Ciudad de México, antes de mover nuestra residencia a León.
Malinalco se encuentra enclavado entre cerros, y en un área relativamente pequeña, uno se puede pasar un fin de semana o algunos días de puente increíbles. El nombre viene a significar algo así como “Donde se adora a la flor Malinalli” y versa la leyenda que fue el lugar donde abandonaron Malinalxochitl, hermana de Huitzilopochtli, durante el camino de los primeros aztecas hacia Aztlán. Posteriormente mi madre, con pleno conocimiento del asunto, nos comentó que este lugar fue uno de los primeros en los cuales se estableció un gobierno matriarcal que giró entorno a la figura de la Diosa abandonada. Un dato a los que pocos les gusta hacer referencia en los textos. 
Así fue como una mañana de viernes de puente partimos con la familia después de haber buscado algunas opciones de hospedaje en Internet. A decir verdad, no esperábamos que hubiera gran disponibilidad; sin embargo una de las opciones más inmediatas terminó resultando bastante acertada: el Hotel las Cúpulas, que se encuentra a unos pocos kilómetros a la salida del pueblo hacia el camino Real a Tenampa. 
Pero antes de llegar ahí, y como partimos temprano en la mañana, haciendo la correspondiente escala en las deliciosas quesadillas de la salida a Toluca en la Marquesa; llegamos aún a buena hora como para iniciar nuestra visita al pueblo con la subida al famoso sitio arqueológico de Malinalco. En la entrada del lugar, encontramos una sorpresa, antes siquiera de poner el primer pie en las famosas escalinatas. Un personaje surrealista de piel obscurecida por el Sol con las tonalidades de una aceituna, con una cabeza de caballo, con un extraño faldón con encajes y vistiendo huaraches, se encontraba con una pequeña guitarra, resguardando el sitio. El instrumento no era ejecutado, ya que el personaje lo único que hacía era hacer posiciones estatuarias, sin emitir ningún sonido. Era una imagen extraña, esperpéntica, que de alguna u otra manera, ejemplificaba varios iconos de los sincretismos de la zona. La falda era de encaje era del tipo colonial, mientras que todo en el personaje hablaba de las culturas prehispánicas, y el caballo representaba de forma bufa al instrumento de guerra con los que arrasaban los colonizadores. Es difícil borrar de la memoria la postal de un personaje así.
Nos deparaban más de 400 escalones para llegar al sitio. Sin embargo, a diferencia del calvario de dimensiones épicas que es subir al Tepozteco, ir al sitio de Malinalco resulta bastante sencillo, incluso para aquellos que no gozamos de la mejor condición física. Cada 15 o 20 escalones, el viajero llega a un punto de descanso, en el cuál se toma un respiro para seguir adelante. En las llegadas a cada uno de los descansos, se encuentran referencias históricas que nos hablan de la comunidad Mexica que habitó la zona, entre los siglo XV y XVI durante los gobiernos de Ahuítzotl y Moctezuma II. 
El asombroso templo principal de Malinalco, recibe el nombre de Cuauhcalli, que significa 'Casa del sol' o 'Casa de las águilas'. Este fue realizado casi en su totalidad sobre una estructura monolítica, lo que quiere decir que los templos y los nichos que conforman este templo fueron prácticamente labrados en la misma montaña. Esto hace de Malinalco un lugar único, ya que generalmente estamos acostumbrados a las típicas construcciones o edificaciones elaboradas con rocas y estuco de prácticamente todos los templos prehispánicos. En este caso, la entrada al templo principal representa a manera de tapete pétreo, la lengua bífida de la serpiente, en clara alusión a Quetzalcóatl. 
Adentro del recinto se observan las imágenes de dos águilas y un jaguar. En el centro se encuentra una suerte de pequeño pozo usado como altar de sacrificio, con la cabeza de un águila orientada hacia la entrada, esperando anhelante el corazón de otro sacrificado que probablemente nunca llegará. Pero no hay que cantar victoria, ya que los fantasmas del pasado revolotean en el sitio y quién nos dice que ese enigmático hombre equino de la entrada, no sea un mensajero de sus antepasados, buscando revivir viejos ritos de sangre.
En el sitio también hay varias estructuras muy representativas del post-clásico azteca, de construcción tradicional de piedra y estuco. Sin embargo, en la parte trasera del templo principal, se encuentra una estructura de forma circular que se estima se usó de aposento de los viejos moradores del sitio. 

Al caminar por cada una de las 5 estructuras, nos acompaña una impresionante panorámica hacia la ladera de los cerros circunvecinos y, enclavado en el medio, el Pueblo Mágico. Es en estos lugares, sentados al borde los antiguos templos, donde se siente esa paz interna que nos hace ir a estos lugares de forma recurrente. Es en ellos donde nos ponemos a reflexionar lo pequeños que son nuestros problemas en este interminable océano llamado tiempo, y donde nos acercamos más a nuestros antepasados, recordándonos que la aventura humana es cíclica.
Después de un acalorado pero apacible descenso y de que a pesar del temor que producía su grotesca figura, Diego se animó a aparecer en un par de fotos a un lado del guardián del sitio. De ahí, nos encaminamos hacia el no menos interesante Museo Universitario Dr. Luis Mario Schneider. Una antigua casa colonial perfectamente remodelada que alberga una gran colección, que va desde la increíble variedad de colores y formas de las mariposas de México, así como especies botánicas y una gran cantidad de objetos prehispánicos, pasando por reproducciones de las muy célebres pinturas rupestres, también muy distintivas del lugar, y llegando a una versión perfectamente reconstruida del templo principal del sitio, que a diferencia del original, sí permite su acceso para ver sus estructuras interiores. 
Una de las piezas destacadas del Museo Universitario es la ilustre Piedra de Chalma, un símbolo y a la vez una metáfora de la imposición de la cruz y la espada sobre las tradiciones prehispánicas. Versa la historia que en 1537 los frailes agustinos Sebastián de Tolentino y Nicolás Perea se encontraban evangelizando la región de Malinalco y Ocuilan, cuando oyeron que había una cueva por la zona de Chalma donde veneraban un ídolo a través del sacrificio. Este se llamaba Oztoteótl o “Dios de las Cuevas”. Según la versión oficial, los frailes encontraron en esa cueva un Cristo, con fragmentos de las partes del ídolo original a sus pies. Este Cristo permaneció en la cueva por 271 años hasta el traslado a la Estancia de San Miguel y fue para finales del S. XVI cuando los frailes Bartolomé Jesús María y Juan de San José decidieron fundar el convento. Este es visitado por cientos de miles de peregrinos anualmente.
En el museo se encuentra una reproducción del ídolo original dentro de una cueva, con una interesante reseña de su historia a la cuál vale la pena dedicarle unos minutos.
Del museo nos dirigimos al Hotel las Cúpulas, donde permaneceríamos esos días. Este hotel nos brindó precisamente lo que requeríamos para escapar del estrés de la gran ciudad: una pequeña alberca indispensable para que Diego pudiera sobrevivir unos días alejado de la televisión (el hotel no cuenta con ésta en las habitaciones), así como unas cuantas habitaciones dispuestas en casas tipo neo colonial con las cúpulas que dan nombre al lugar, y un par de áreas comunes para comer y descansar. El lugar es simple pero muy agradable, y con el gran atractivo que ofrece la  magnífica vista que se domina desde cualquier parte del pueblo, con esos cerros de muy peculiares formas para donde uno dirija la vista.
Una visita obligada cuando uno anda en Malinalco es el Exconvento Agustino del siglo XVI emplazado en el centro del pueblo. Realizado en el siglo XVI por frailes agustinos bajo el nombre de “Templo del Divino Salvador de Malinalco", fue el epicentro de la evangelización de la región, y más allá de sus enorme jardín y la impresionante nave de la Iglesia, lo que destaca es su ex convento, decorado con barrocas pinturas murales de mil formas, realizadas por artistas indígenas locales, representando simbología, que si bien en apariencia es cristiana, contiene una gran cantidad de simbologías autóctonas. 
La recomendación en este magnífico lugar es pedir el apoyo de un guía, ya que nuestra concepción meramente estética cuando accedemos al recinto, se complementa con una infinidad de significados de los murales que hacen referencia directa al cristianismo, pero que indirectamente se refieren a religiones de tradición prehispánica. Algunos elementos representativos de estos sincretismos religiosos son unos pequeños peces con rostros de facciones alargadas, que sugieren el mismo aspecto del Quetzalcóatl del templo sagrado. También, la imagen de la cruz que se yergue sobre una pila de huesos y cráneos traen reminiscencias del Gran Dios posado sobre el inframundo, tan reconocida en múltiples culturas prehispánicas. Además, en gran parte de la decoración aparecen múltiples plantas nativas representativas de la región, que no sólo tienen fines ornamentales sino que también poseen sus propios simbolismos, por ejemplo el Huacalxochitl, que era una planta medicinal que se empleaba en tradiciones y ritos ceremoniales de los emperadores aztecas; la flor de corazón o huevito, usada para ser huntada en el cuerpo en procesos de curación o también las flores aromáticas, utilizadas en eventos de los gobernantes y que gozaban de una singular carga erótica, relacionadas con ritos de fertilidad, contrapuestas totalmente a la castidad de la moral católica.
 


La carga ornamental con símbolos de origen prehispánico era tal, que los monjes agustinos tomaron la decisión de cubrir con cal las paredes ocultando los murales, desilusionados por el fracaso que en apariencia representó la evangelización de esa zona. Con el tiempo, estos murales han ido recuperándose y restaurándose, pero hay muchas partes del ex convento donde se observan todavía las capas blancas que con el tiempo van descubriendo nuevas maravillas que serán seguramente admiradas por nuevas generaciones.
Una vez abandonado el templo, a unos pocos pasos, se encuentra un mercado callejero que llena dos o tres cuadras del centro de Malinalco. Como ocurre en casi todos estos mercados típicos, la diversidad de sabores y aromas es infinita, desde los panes tradicionales de las panaderías de San Pedro y San Martín colocados en las tradicionales canastas-sombrero, los antojitos de la región, los elotes dorados, los tamales canarios, las frutas de la región, las artesanías de barro. Ahí uno puede deambular aleatoriamente entre los puestos, y sin darse cuenta, salir con dos o tres bolsas que nunca nos enteramos cómo llegaron a nuestras manos.
En este punto, decidimos tomar un respiro y buscar un lugar dónde sentarnos antes de seguir la ruta, y fue cuando nos encontramos frente al Palacio Municipal, que no es muy digno de escribir a casa. El lugar fue un local de micheladas donde pasamos un muy agradable rato conversando con tres hermanas que nos contaron varias cosas del pueblo. Por ellas tuvimos más referencias de los criaderos de truchas, en donde uno puede pescar sus propios ejemplares; al igual que nos enteramos de que en la región existe un tipo de café llamado “criollo” que se produce en los cerros  de alrededor, del cuál no teníamos mayor referencia. También nos hicieron viajar a través de los cambios que ha tenido del pueblo desde ser un lugar pequeño y poco visitado, hasta ser el parador turístico obligado que es hoy; en ese viaje, estas señoras han tenido que re inventar varias veces sus negocio para adaptarse al cambio de los tiempos en un ámbito tan pequeño y competido.
Por recomendación de las citadas amigas de Malinalco, nuestra última escala fue en el criadero de truchas que se encuentra a unos dos Kilómetros del centro del pueblo, de nombre “El Molino”. En este lugar rentan cañitas con hilo que se toman desde unas varas de madera con una pequeña carnada roja, atrayendo a los peces que se mueven en pilas poco profundas. En teoría, la labor debería ser fácil, sin embargo he de decir que en mi caso fui un completo neófito en el asunto, de cerca de 10 tiros sólo conseguir sacar una trucha. Ana, por el contrario, tiro que daba, sacaba una... pescando tres seguidas en unas pocas oportunidades. Mientras tanto Diego corría despavorido de esas cubetas donde se contoneaban violentamente los moribundos pescados, golpeando las paredes e intentando saltos que casi las dejan en libertad.

Posteriormente le pesan a uno su pesca y se la llevan a un lavadero donde la limpian, las descabezan y les raspan un poco las escamas y las dejan listas para la cacerola. Ahí sale el ejército de pescadores con sus bolsitas de plástico, que no duran más que algunos pasos antes de terminar en alguno de los muchos puestos que preparan las truchas. Al mojo de ajo, fritas, empapeladas, al ajillo, en salsa verde, rellenas, en fin... mil variantes del asunto, pero con el común denominador de ser preparadas por señoras con miles y miles de platillos de práctica previos, lo cual garantiza la calidad y el sazón.

Todas las despedidas son tristes. Una mañana de lunes, emprendimos la partida de Malinalco a la Ciudad de México. El salir acompañados por esos cerros mágicos que fueron la constante en estos días nos recordarían que vendrían cambios importantes en nuestras vidas... y al recordar a la princesa Malinalxochitl, que sobrevivió en su exilio a pesar de todo, nos recuerda que lo que no nos mata, nos hace más fuertes.

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