Guanajuato eterno

Sólo caminar en sus calles es un deleite visual, que nos habla de un pasado que se resiste a ser presente. Su paisaje urbano va más allá del sueño más fantástico de M.C. Escher, ya que sus diferentes planos ascienden de forma anárquica desde sus emblemáticos túneles hacia las cimas de los cerros de la sierra. De tradición minera, la ciudad de nombre de anfibio purépecha (Cerro de las Ranas), alcanzó un enorme auge en la época de la Colonia, siendo uno de los principales centros de producción de oro y plata y uno de los puntos neurálgicos de la Ruta de la Plata en la Nueva España.
Callejones estrechos, algunos de ellos terminando en encrucijadas, otros en hermosas plazoletas; eternos escalones y pronunciadas pendientes empedradas adornados por increíbles fachadas; faroles que alguna vez ardieron con su borboteante cera y que ahora lo hacen a través de filamentos eléctricos; pequeños parques y rincones que yacen apretados dentro del laberinto. Una magnífica escenografía de tiempos perdidos de esplendor.
En esta ocasión, el recorrido empezó subiendo en auto a la zona de la Mina de Valenciana, que se encuentra esquivando los naturales accesos al centro por uno de los túneles que llevan a la carretera hacia Dolores Hidalgo. Esta mina, fundada por Antonio Obregón y Alcocer, a la postre Conde de Valenciana, fue el punto más codiciado de la ruta de la plata en la Nueva España, llegando a producir casi dos terceras partes del codiciado metal. Su auge fue durante la parte final del siglo XVIII e inicio del XIX, en donde empleó a más de 3,000 personas. Las múltiples conflagraciones armadas en México, desde el período de la Independencia hasta el de la Revolución, hicieron que la mina sufriera varios cambios de administración, inundaciones deliberadas y lapsos de paro prolongados. Al final de la Revolución por allá en 1920 la mina se encontraba en condiciones precarias, siendo todavía sujeta de un intento de rescate por compañías americanas. Sin embargo, la gran depresión del 29 tiró abajo el proyecto y su producción fue cayendo por falta de inversión. El día de hoy la mina pertenece al Sindicato Minero, pero su importancia se ha ido desvaneciendo en los años.

La visita obligada en ese sitio es el Templo de San Cayetano, de espectacular fachada barroca y de aún más notables retablos churriguerescos chapados en oro en su interior,  dispuestos de tal forma que coronan una cúpula de forma octogonal. Uno de sus principales pertenencias es la pila bautismal del siglo XIX, de gran valor artístico, así como varias obras pintadas por Luis Monroy a finales de ese mismo siglo.
San Cayetano es un lugar en donde podemos pasar mucho tiempo, deteniéndonos en cada detalle de sus interiores, creando placeres hipnóticos. También, para los que hemos tenido la fortuna de asistir a algún concierto de música de cámara en el Festival Cervantino, la iglesia goza de una acústica excelente, dotando al sonido de un pequeño eco amortiguado que lo realza de forma solemne. 
Saliendo un poco en la plaza frente al templo, tenemos la oportunidad de visitar uno de los talleres que venden piezas minerales, artesanías y curiosidades realizados con los materiales extraídos de la Mina, o tal vez hacer una parada en la Dulcería Mexicana, emplazada en la magnífica casa del Conde de Valenciana, que se encuentra cruzando la carretera sobre la plazoleta que culmina las escalinatas del templo. Ambos lugares ofrecen tales delicias a los sentidos, que bien vale la pena hacer un alto en el camino y pasar unos agradables momentos degustando, conociendo u observando. De ahí, volvimos al auto para deambular por las calles del centro.
En esta ocasión el recorrido comenzó en la Alhóndiga de Granaditas, esa mole de piedra de monumental exterior y poco conocido interior, en donde hoy existe un Museo de Historia Regional. Construida a partir de 1798 y concluida sólo un año antes de la gesta independentista, en 1809, durante la intendencia de Don Juan Antonio Riaño y Bárcena. Originalmente destinada al almacenamiento de granos y semillas para garantizar el abasto en la ciudad, el edificio fue escenario del legendario enfrentamiento entre los insurgentes provenientes de la ruta de Dolores y los realistas, en la primera fase de la independencia. Actualmente el edificio es un mudo testimonial de pasado histórico que recuerda al esqueleto de un dinosaurio emplazado en medio de la maraña de callejones guanajuatenses.
El Mercado Hidalgo es un importante punto del recorrido. Se dice que originalmente estaba diseñado para ser una estación de tren. Un magnífico y monumental recinto de metal y piedra, forjado con todo el estilo francés que distinguió el período porfirista, y del cual se conservan bellas piezas como su reloj de cuatro caras o sus lámparas art nuveau, emplazadas en los laterales de la puerta principal del edificio. En su interior podremos encontrar toda suerte de artesanías, desde juguetes de madera como carritos, trompos, maderas escaladoras, baleros, o pequeños instrumentos musicales por mencionar sólo algunos; artesanías como las tradicionales lacas en blanco y negro con imágenes de los rincones emblemáticos de la ciudad; comida popular variada así como el acostumbrado surtido rico de frutas, legumbres, carne y tantos otros artículos típicos de estos lugares.
Saliendo del mercado Hidalgo, por el lado de la calle Juárez, a un costado de la facultad de ingeniería civil de la U.G., se divisa el portal del jardín Reforma, un espacio de tranquilidad coronado en su centro por una fuente de refinado aspecto, de densa vegetación y rodeado de edificios formando una especie de caja. Este rincón de Guanajuato es uno de los favoritos de los venerables ancianos para sentarse a recordar, conversar o simplemente reflexionar dando de comer a las palomas, habitantes permanentes del sitio. Y así caminando hacia arriba por el primer callejón del jardín se llega a la Plaza de San Roque, en donde el conjunto formado por su iglesia y una curiosa y distintiva fuente de lámparas torcidas, nos describen un curioso paisaje surrealista. Año con año, la plaza de San Roque es escenario de los Entremeses Cervantinos, que a mediados del siglo XX iniciaron la tradición teatral en las calles de la ciudad. Estos entremeses fueron la semilla que lo que a la postre se transformaría en uno de los eventos culturales más importantes de México, el Festival Internacional Cervantino. En San Roque están instaladas de forma permanente unas gradas recordando las fechas de tal magno suceso. 
Complementando el paseo desde San Roque, se llega a la Plazuela de San Fernando, en donde es casi obligado hacer una escala para tomar un café, o comer algo en sus diversos restaurantes. Desde este punto, se goza de una magnifica vista de las construcciones ascendiendo los cerros que no lo piden nada a esos ilustres pueblos blancos españoles. Sin duda un lugar muy agradable para pasar un buen rato de convivencia.
Si se sale un poco del recorrido de la calle Juárez y se sube por la calle Juan Valle hasta la calle Positos, del lado derecho veremos el Museo Casa Diego Rivera. La antigua casa de la familia del gigante de la pintura actualmente está habilitada en varias secciones en donde se tienen exposiciones temporales, así como la muestra permanente de obras tempranas de Diego, los objetos y muebles familiares, e incluso en uno de los niveles superiores, un espacio de proyección con bancas de los viejos y grandes cines de mediados del siglo pasado. El visitante transita por la casa en estrechos espacios, descubriendo rincones  sorprendentes y apreciando una excelente museografía en la disposición de cada una de las piezas.
Una vez concluida la visita al Museo, puede haber dos opciones, bajar por la calle Positos hasta la Universidad, o volver a Juárez hasta la Plaza de los Ángeles, donde se encuentra el famoso Callejón del Beso. En este sitio, la estrecha cercanía de las casas en ambos lados desataron la muy trillada leyenda guanajuatense del amor imposible y fatal de Don Luis y Doña Carmen, repetida hasta el cansancio y de forma cuasi-automática por varias generaciones de guías locales. En esta ocasión decidimos por la otra ruta, la de Positos, en donde existen varios recovecos con vistas muy notables de la ciudad, y llegando hasta la mole de escalinatas que es el edificio de rectoría de la Universidad.
Quizás uno de los puntos más retratados de la ciudad y que, sin embargo, no deja de sorprender en cada visita. Arriba está el escudo de armas, con su legendaria leyenda “La verdad os hará libres” que ha servido de inspiración a miles de jóvenes universitarios que depositamos en algún momento nuestras esperanzas en sus aulas, a lo largo y ancho del estado. Junto con él, los relieves de mármol adornados con un conjunto de ventanas que conforman una asimetría de blancos y negros que asciende hasta las pequeñas lumbreras de piedra que rematan el edificio, cuál pastel monumental de bodas.
Y por esa misma ruta el templo que desde mi punto de vista, es el más bello del centro de la ciudad, el de la Compañía de Jesús, si acaso sólo igualado por el templo de la Valenciana ya comentado al principio. Construido en un lapso de 20 años a mediados del Siglo XVIII de acuerdo al proyecto del fraile José de la Cruz, y de estilo también churrigueresco, el templo consta de una estructura de tres naves con una perspectiva sumamente forzada y de elevación considerable sobre las calles que lo circundan. De acuerdo con los historiadores, los altares barrocos originales fueron sustituidos por  otros de tipo neoclásico, de ahí que la belleza del templo radique más en su fachada que en sus interiores. Sin embargo y con gran fortuna, el clásico hurto eclesiástico de los altares no llegó a tocar lienzos de Miguel Cabrera, que aún se albergan en su interior, y que no se encuentran arrumbados en alguna bodega del Vaticano. En el Siglo XIX el Templo sufrió algunos derrumbes ocasionados por fallas estructurales, y después sufrió varias remodelaciones, terminándose las obras en 1884, para conformar la estructura que vemos hoy en día.
Saliendo del templo, y después de un buen trecho recorrido, se imponía una buena comida. La verdad que el blog nunca ha tenido afanes comerciales, aunque indirectamente hemos dado a conocer algunos puntos interesantes que pueden causar atracción en el visitante, y que siendo francos, nos ha tocado conocer de forma fortuita. Y es así, como a la salida del Templo de la Compañía, y caminando por pequeños callejones rumbo al Jardín de la Unión, pasamos por un delicioso lugar, llamado “Casa Cuatro”. Ubicado en la calle San José #4, es una casa colonial brillantemente restaurada, llena de historia, de arte y de buen gusto en donde se tiene un menú de origen francés alejado de lo que se suele ver normalmente, compuesto por platillos tipo tapas, quichés, ensaladas, deliciosos postres, así como con un enorme bar que hace recordar los hostales franceses de la Belle Époque. Muy recomendable, aunque no por eso la única opción en la comarca. La verdad es que en los alrededores existen varias opciones para diferentes gustos y presupuestos.
Con barriga llena y corazón contento, seguimos la caminata hacia el Jardín de la Unión, punto de reunión obligado de los Guanajuatenses y sus visitantes. Rodeado por una infinidad de cafés y restaurantes que llevan operando ya varias décadas, hasta el obligado recinto de la leche caliente y agua de calcetín llamado Starbucks, que ha venido invadiendo los rincones más íntimos de todas las ciudades. Y enfrente al Teatro, el Restaurante Casa Valadez, uno de los lugares más célebres del centro, pero en el cual desde que tengo memoria, nunca me ha tocado comer nada especialmente sabroso. Siempre he pensado que ese rincón es una lástima, ya que debe contar con la mejor ubicación de la ciudad, justo enfrente al bello Teatro Juárez. Un lugar con el que se podrían hacer milagros con una buena administración restaurantera pero que  parece que ha caído en su zona de confort, ofreciendo un menú mediocre (opinión muy personal).
Sentarse en el Jardín durante unos minutos siempre ofrece opciones variadas y sorpresivas. Desde los animados músicos tocando un saxofón por unas monedas, pasando por espontáneos estudiantes de la escuela de música que de repente se reúnen para interpretar alguna pieza de cámara. El acostumbrado mimo agarrando incautos para imitar sus movimientos, o el escandaloso payaso pregonando a todo pulmón burlas más directas que el mimo, sobre otros incautos. O que tal el organillero, que detiene la música de su caja cada 15 segundos para pedir una moneda. De repente, y por qué no, la clásica estudiantina, 8 o 9 palurdos vistiendo leotardos y bombachas como de abuela, con ceñidos trajes, olanes y lentejuelas, en los acostumbrados negros y púrpuras, rodeando con sus guitarras, sus mandolinas y sus voces a un espontáneo que sale brincando como saltimbanqui con una pandereta, haciendo las delicias de señoras decimonónicas, y produciendo cierto malestar estomacal en tipos como yo. Además, están los centenarios boleros, siempre con mil historias que contar, cronistas vivos de la ciudad; o los eventuales comerciantes ofreciendo todo tipo de colorida parafernalia orientada a esos rollizos, generalmente veteranos, de cara roja y lentes negros, de pantalones cortos y chancletas, llamados turistas.
Y enfrente de toda esa actividad, nos detenemos ahora sí en el Teatro Juárez con sus musas. La obra del arquitecto José Noriega, en su primera etapa, y de Antonio Rivas y Alberto Malo, en su segunda; es un vestigio más del gusto afrancesado de construcción que predominó en el período de Don Porfirio. Se puede considerar una mezcla de estilos, ya que el pórtico es un clásico dórico romano, mientras que la decoración de los interiores es de motivos orientales. Por los días de nuestra visita, la fachada del teatro contrastaba con el estilo contemporáneo de la Giganta de José Luis Cuevas, estatua donde el autor nos deja ver su clásico autorretrato, con una especie de estómagos por orejas y puesto sobre un cuerpo jorobado y pseudo-abstracto, de tres senos y de dimensiones colosales que, hasta donde recordaba, adorna normalmente el patio central del museo de Cuevas en el Distrito Federal. 
A un lado, el templo de San Diego, famoso por su historia tormentosa de reconstrucciones debidas a las inundaciones. Originalmente, en su edificación en el Siglo XVII, estaba elaborado sobre los terrenos que hoy comprenden el Teatro Juárez, pero por las citadas inundaciones fue levantado y reconstruido varias veces. De hecho, a un costado de la iglesia existe una vitrina desde la cual se pueden observar las varias capas hacia abajo que formaban parte del convento original. El sitio es famoso también por ser el punto de partida de la ruta de las Tunas (o Estudiantinas) en su recorrido de cánticos, baile y jolgorio con el tan manoseado repertorio de siempre; pero también, por albergar en su plazoleta exposiciones de pintores que venden su arte a los paseantes.
De ahí el recorrido natural por la ciudad nos llevará hacia la Catedral Basílica, a un costado de la plaza de la Paz. Iniciando desde el Palacio de Gobierno del Estado, entre Ponciano Aguilar y la calle de Paz, la plaza del mismo nombre es de los pocos sitios con un espacio lo suficientemente abierto como para tomar un poco de aire de los estrechos callejones del paseo. 
La Catedral fue considerada parroquia desde su construcción en el último cuarto del siglo XIX, hasta mediados del Siglo XX, en que adquirió su categoría actual de Basílica. De ponente tono amarillo y rojo en sus partes lisas, la nave tiene de tres refinados pórticos adornados con cantera tallada, uno de ellos va dedicado a San Nicolás Tolentino, patrono de la minería, y el otro a San Ignacio de Loyola, patrono de la Ciudad. En su interior también se cuenta con obras del oaxaqueño Miguel Cabrera, pináculo de la pintura virreinal. 
En esta ocasión, nos quedaron algunas asignaturas pendientes. Un recorrido muy común es el que va por el corredor entre San Diego y el Teatro Juárez hacia un elevador que nos lleva de forma cómoda hacia el mirador del Pípila. En este mirador se sitúa la célebre estatua de ese vengador cuasi-anónimo de la causa insurgente, reconocido bajo el nombre de Juan José Martínez, que es un referente de la ciudad y desde donde se puede divisar desde gran parte de la misma. Este elevador nos evita la pendiente pronunciada en la subida a la panorámica, obligatoria hace algunos años. Desde ese punto se domina la ciudad y es un excelente lugar para llevar a cabo algunas tomas con la cámara. De igual manera, aunque yo estaba muy interesado por vivir el morbo y el impacto de la visita a las legendarias Momias de Guanajuato, mis acompañantes de paseo prefirieron no hacer esta parte del recorrido, prefiriendo el recuerdo de las maravillas coloniales sobre el terror y la fantasía de las viejas momias. Aunque en esta ocasión nosotros no realizamos esta parte de la ruta, bien dicen que dejar siempre temas pendientes en las visitas motivan a volver, y así preferimos hacerlo.

Y como el camino de la vida, el Diario Portátil ya prepara nuevos capítulos… ¿Qué podrá ser mañana? sólo el viento nos indicará la dirección.

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