Santuario de Guadalupe, Morelia.

También conocido como Templo de San Diego, este recinto religioso puede generar una controversia estética interesante. Si bien los detalles barrocos afrancesados de su interior destacan sobre otras iglesias de la región, su mezcla de colores vivos puede rayar en el Kitsch y no ser del gusto más refinado para muchos.

Pero vamos por partes. A inicios del síglo XVIII el templo constaba de una muy pequeña nave, que se terminó de construir en su forma original en 1716. Con el pasar de los años se fueron agregando otros componentes hasta que en 1777 se le agregara el crucero y el presbiterio, constituyendo una iglesia de mayor importancia. La orden a cargo fue, obviamente, la de los Dieguinos y el templo fue consagrado a la Virgen de Guadalupe. De ahí la dualidad en su nombre.

Actualmente el templo pertenece a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y en su costado se alberga a las facultades de Derecho y de Ciencias Políticas.  Si no fuera suficiente con los recargados adornos originales, en 1915 se agregan adornos florales de barro, como ofrenda permanente para la Virgen. 

La iglesia corona una célebre calzada peatonal, que anteriormente se utilizaba para llegar al templo, que se encontraba a las afueras de Valladolid (anterior nombre de la capital michoacana). Como se puede observar en la imagen, la simetría perfecta en la fuga del pasillo, los techos y los artesonados no aplica para el delirio cromático de la decoración. La iglesia navega entre rosas, lilas, azules, rojos y amarillos, todo junto y abigarrado. Encima, esos patrones sobrepuestos en dorado le agregan todavía más brillo al pastel, convirtiendo esta bodega en un delirio casi psicodélico.

Si bien en San Diego no existen medias tintas, y el resultado final es estridente, este es un ejemplo perfecto de la estética del mestizaje y, aunque resulte increíble, el golpe visual de la imagen final es bastante efectivo.

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