Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño. Un acercamiento personal.
Es curioso el fenómeno que existe
entre nosotros los lectores o, quizá sea más propio decir, entre los que
disfrutamos de obras culturales de diversos géneros. La mayor parte de nosotros
empezamos explorando posibilidades, experimentando con obras de orígenes muy disímiles;
pero al pasar de los años vamos adoptando nuestros favoritos, y dirigiendo
todas las miradas hacia un grupo pequeño de autores, que convertimos en
escritores de culto y viralizamos. Esta tendencia se ve claramente reflejada en
las editoriales y en las librerías, donde observamos cada vez menos segmentos
de los mismos autores.
Al igual que nos hemos quitado de
problemas comprando nuestra música en una sola tienda, comprando café en un
solo expendio (sin importar lo caro que este sea), viendo siempre los mismos
programas en la televisión y buscando incansablemente en las salas el género de
películas que nos apasiona; ha ocurrido, tal vez en mayor medida en la
literatura. Vemos que los amigos restringen su universo a un grupo que no sobre
pasa diez autores que, sin negar el inconmensurable talento de muchos de ellos,
convierte esta selectividad en exclusión, alejándonos de nuevas posibilidades.
Debido a esto, de vez en cuando no está demás parar oreja y poner atención a
las conversaciones de otra gente que vive en otros lugares, que disfruta de
otras cosas y así, dejarnos contagiar por sus gustos, llevándonos a nuevas
posibilidades.
Es así como casi accidentalmente
llegué a Roberto Bolaño, a través de una simple conversación entre amigos de
Facebook. La sola combinación de nombres me predispuso; había casi 40 años de
comicidad repetitiva de poca monta en la televisión mexicana detrás de las
palabras “Roberto” y “Bolaño(s)” juntas que, aunque he de aceptar que nunca me
desagradó del todo, también debemos decir que no es la combinación nombres que
nos evoca una cultura muy elevada… Efectivamente, este autor NO es Chespirito. Pero bueno, nadie elige su nombre, y si he
pasado toda mi vida aclarando que mi apellido es Muniz con N y no Muñiz como
mandan los cánones, yo soy el menos indicado de predisponerme contra ninguna
combinación de nombres.
Así, la novela en cuestión fue
“Los Detectives Salvajes”, un título que por sí solo es seductor. La
conversación en Facebook era entre dos personas que sabían de libros por lo
que, como solemos hacer últimamente, anotamos propiamente el título en la lista
de textos pendientes pero, por encima de varios autores ya muy revisitados de
esa lista, en esta ocasión lo decidimos subir al rango de alta prioridad. Era
imperativo romper con el círculo de siempre. De esta forma, arribando la feria
del libro a León, la novela formó parte del recurrente atado de varios kilos
con el que siempre salimos de ese evento, que siempre mina significativa pero
gozosamente nuestra economía cada año.
Una cosa que llama la atención es
que todas las referencias que uno encuentra de ella en Internet o incluso en
los textos de las portadillas del libro, surgen molestas comparaciones con
libros consagrados de otros autores latinoamericanos. Pero que tedioso es hacer
funcionar algo a partir de comparaciones y más cuando al leer el texto, uno se
da cuenta que dichas comparaciones fueron más aportes del crítico que recomendó
el libro que lo que nos dice la novela. Así que para no caer en lo mismo, se
omiten de aquí dichas comparaciones y se dan sólo algunas pautas que ayuden a
llegar a libro, como siempre he tratado de hacerlo en este blog.
La novela está compuesta de una
serie de un sinnúmero de crónicas y anécdotas de personajes más diversos sobre
las vidas de dos individuos (los detectives salvajes) que aparecen y
desaparecen como fantasmas durante la trama, uno mexicano, Ulises Lima, y otro
chileno, Arturo Belano. Estos dos personajes emprendieron la empresa en la
primera mitad de la década de los setenta de crear un nuevo movimiento poético
en la Ciudad de México llamado los “Real Visceralistas” que buscaba reivindicar
a otro grupo engendrado en los años treinta por un conjunto de escritores que
se unió para crear una nueva propuesta literaria en oposición a la cultura
oficial, encabezada en aquellos años por José Vasconcelos. Pues bien, si hay
algo que siempre ha existido en México en casi todos los ámbitos de la vida
social, es el monopolio, el centralismo y la creación de tótems. Como en los
veinte toda la cultura giraba en torno a Vasconcelos, en los setenta ya giraba
en torno a la figura del omnipresente Octavio Paz, por lo que, para los
escritores jóvenes existían dos apuestas, o volverse escritor disidente
independiente o lograr entrar al círculo de los favorecidos de Paz que, como
bien sabemos, formó a toda una generación de pseudo-intelectuales que se
volvieron la voz oficial de la cultura en México y que ha acaparado el medio
cultural prácticamente hasta nuestros días, incluso varios años después de la
muerte del mismo Paz.
Así que estos dos poetas disidentes
empiezan a reunir en una revista literaria a jóvenes escritores con nuevas
propuestas, en lo que todavía resulta un incipiente movimiento más impulsado
por la fascinación por los dos personajes que por hilos temáticos conductores.
Una serie de eventos lleva a la
división y dispersión del grupo real visceralista siendo esta etapa, a mediados
de 1976, donde da comienzo propiamente la novela. Y si bien podemos llegar a
comentar estos antecedentes, es porque las crónicas de los diversos personajes
se dan a través de vasos comunicantes, sin orden cronológico y evocando a veces
de forma muy directa y a veces de manera muy velada, el conjunto de sucesos
hasta aquí narrados. Es por este año que el protagonista de la primera parte
de la novela, el joven poeta García Madero, empieza a involucrarse casi por
accidente con el grupo, escribiendo su día a día como un diario, teniendo
relaciones con diferentes integrantes ya la vez y siendo testigo de los
hechos que generan una ruptura en la historia y en las vidas de sus
protagonistas: la búsqueda de la “Real” real visceralista de los precursores
allá en los veinte, Cesárea Tinajero. Una mujer enigmática que migró al norte,
de la cual no se conocen prácticamente textos y que se ha difuminado en las
arenas del tiempo.
Cuando Belano y Lima salen en
búsqueda de los pasos de Cesárea, se detona una zaga de dimensiones épicas que
dura más de 20 años, narrada con la técnica desordenada ya referida. Muchas de
las críticas negativas que he leído de alguno que otro “analítico literario” se refieren
a que las narraciones resultan a veces tediosas, pesadas y sin sustancia;
opiniones de las que difiero al observar que el escritor trata de explorar
mentes de culturas, psicologías y niveles educativos más diversos, como lo
pueden ser un neo nazi austriaco semi-autista; un empresario chileno favorecido
por el don de la suerte pero corroído por su avaricia; una beat inglesa que se
escapa con un amigo a perderse entre en España; una intelectual uruguaya que se
queda atrapada en la UNAM durante el halconazo; o un real visceralista viejo y
borracho que narra viejas aventuras del grupo en una noche de copas; por
mencionar sólo a algunos de los múltiples narradores.
La novela me pareció fascinante,
ciertamente llena de escozores, de atavismos y caprichos del autor, mismo que
exhibe sus fobias y sus filias de forma desenfadada y sin empacho, creando lo
que fácilmente puede ser una novela de culto; una novela “post-moderna” si es
aplicable el despreciable término tan en boga a finales del siglo XX; una
novela de nuevas posibilidades latinoamericanas; una novela sumamente local y a
la vez con uno de los enfoques más globales que podríamos encontrar en texto
alguno. El libro es inolvidable, a veces dentro de la realidad más cruda y
otras rayando en el surrealismo; la zaga de la vida misma de aquellos que se
han salido de los parámetros del orden establecido, con una rebeldía fortuita
muy al estilo de la generación X, pero que representaba ese grito necesario
para de una vez por todas acabar con la basura capitalista de los años ochenta.
Actualmente para mi existe sólo un gran Roberto Bolaño que conocí de lleno en
el texto y que por supuesto, será de esos que tientan a formar parte en ese
grupo selecto de vacas sagradas que siempre leemos, recordándonos que de
repente es bueno salir a pasear a terrenos inexplorados y arriesgarnos con
nuevas lecturas que no nos quitarán mucho más que el tiempo que dediquemos a su
lectura.
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