Recomendación de Máscaras, de Leonardo Pádura
Una vez que uno inicia con la serie de novelas policiales del detective Mario Conde, de Leonardo Pádura, el seguir leyendo se vuelve una necesidad obsesiva. Por coincidencia hace un par de años llegué a este autor y ha resultado una de las experiencias más refrescantes de los últimos tiempos. Y así fue que habiendo cubierto las lecturas de Pasado Perfecto y Vientos de Cuaresma, toca el turno de hablar de Máscaras, tercer texto de la zaga. Pero antes de empezar he de decir que estas novelas se han convertido en un bálsamo excelente para la resaca de obras más profundas; si bien este comentario no busca para nada demeritar la calidad de las novelas policiales, si hay que reiterar, como se ha hecho en anteriores crónicas del blog, que las novelas fluyen de forma divertida y ágil, con personajes interesantes y con ese humor habanero que Leonardo maneja con maestría a cada paso.
A pesar de que parece imposible evitar las fórmulas de las novelas anteriores, en Máscaras el caso se bifurca en nuevos caminos. Una mañana aparece un hombre asesinado, de nombre Alexis Arayán, y va vestido y maquillado de mujer en una arbolada de la rivera de un río. Al iniciar la investigación el Conde halla una relación entre la víctima y un reconocido dramaturgo que lleva más de 10 años viviendo en la sombra del auto exilio, llamado Alberto Marqués. Y así, como en el guión de una comedia bufa, inicia la relación del Conde con el Marqués, misma que llevará al primero a adentrarse en el extraño mundo del segundo; un mundo de gente de teatro, de homosexuales, de trasvestis y de la vida nocturna que transcurre de forma subterránea dentro de ciertos círculos culturales de la Habana. Muy a pesar del Conde, e iniciando con la habitual repulsión que siente por ese mundo dentro de su personalidad “machista-leninista”, va descubriendo con fascinación que las apariencias engañan, y que existe un gran montaje que da sentido a todo este carnaval, y gradualmente se va dando cuenta que sólo el universo del Marqués le podrá dar las claves para resolver el enigma.
Como en las obras anteriores, el caso discurre entre la realidad y un cóctel de personajes que van desde el tono desencantado de intelectual frustrado del Conde, ese policía que siempre quizo ser escritor, así como de su gran amigo el “Flaco” Carlos, que ya de flaco no tiene nada y que se ve recluido a una silla de ruedas después de un percance en la milicia y de su abnegada madre, Josefina. Los clásicos amores del Conde y ese mar de recuerdos nostálgicos están ahí, así como un viraje en el papel de varios personajes dentro de la agencia que se volvieron constantes en novelas anteriores y que viven situaciones de crisis internas a las cuales nadie se anticipaba. En esta obra todo el departamento vive bajo sospecha y ahora los investigadores son los más investigados.
Un deleite como siempre volver a las novelas del Conde, pero un deleite mayor fue encontrar en Máscaras un análisis crítico y profundo de la realidad reciente de los intelectuales cubanos post revolucionarios; realidad que ciertamente Pádura conoce mejor que nadie, así como de esas facturas que ha dejado el pasado, facturas que pueden ser ahora papiros amarillos, que pueden estar llenas de manchas de enmohecimiento o cercanas a la desintegración, pero que siempre se deben de pagar.
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