Xilitla, los delirios de Edward James
Por ahí se dice que México es un país por naturaleza surrealista. Tal vez podríamos poner aquí alguna referencia de la persona que lo dijo, pero por un lado el dato es poco relevante y por el otro, basta con salir a una calle como Viaducto Miguel Alemán en la Ciudad de México y ver que justo al costado de uno de sus accesos ¡venden relojes de pared!, o que tal encender el radio en estaciones aparentemente serias y oír como dedican varias horas de la semana a hacer bromas de barrio con llamadas telefónicas, con un raiting monumental. En fin, lo que se vive, no se juzga.
Pero si encima de esta condición, agregamos a personajes como Edward James, distinguido residente de la Huasteca Potosina en la primera mitad del Siglo XX, estamos completos con eso del surrealismo mexicano.
No sé si siquiera conocía el país antes de su proyecto del jardín del edén, o si este había sido reseñado con suficiente detalle por su compañero de Oxford y gran amigo, Geoffrey Gilmore... ¿acaso importa? El hombre quería crear un mundo propio, en una selva espesa, en medio de ninguna parte, un proyecto que difícilmente hubiera podido siquiera concebir en su natal Europa.
Y entonces, nació este singular lugar, que no sólo se alejó del mundo de James, del mundo civilizado o del mundillo intelectual de México... sino que logró alejarse de la realidad, tal y como lo soñara su creador. Y fue entonces que empezaron a brotar en el bosque enormes flores de piedra, ventanas góticas sin paredes, extraños cuellos de pájaros alucinantes, patrones curvos repetitivos, fosas que roban el cauce del arroyo, plumas, hojas gigantes, escaleras espirales que llegan a plataformas al vacío, cuando siquiera llegan a algún lado, redes pétreas, cilindros, geometrías obscenas, en fin... el holocausto de una mente.
Grandes carcajadas de un loco que jugo a ser genio, y está en cada uno de nosotros determinar si lo logró o no.
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