El Vigilante

Conforme me acerco a la playa, el tiempo se va haciendo lento. Y si además me empiezo a alejar del momento del arribo la manecilla poco a poco se va deteniendo, y es a partir de ese momento que los sentidos se avivan, y empiezo a tener una noción de los detalles que me rodean.

Y así de la misma manera, llega el Vigilante y se establece en su fortaleza, donde es el todopoderoso, y desde donde ve transcurrir la vida en su estatismo total. Le viene de por ahí cerca un cierto rumor, sonidos del océano que golpean en la playa. El Vigilante le ha recomendado a Neptuno que no sea rebelde, que no intente traspasar su frontera, a lo que el dios responde agresivamente golpeando constantemente la costa. Hay un mundo vivo del otro lado, en donde el movimiento constante es la única forma que las especies sobreviven, eso al Vigilante ni le apremia y apenas le causa cierto interés.

Se yergue orgulloso y permanece en su estado estatuario, y ve como su fortaleza se va llenando poco a poco de ese polvo violeta, la lluvia etérea que va adornando su entorno, tapizando sus tejas, flotando en el agua de la fuente y ensuciando el suelo. 

El tiempo se termina por detener y es entonces que se percata de mi presencia. Fija su atención, no mueve un músculo, sabe que la playa es benigna con todos y que no pasará nada, lo ha visto durante toda su larga vida. Y es entonces que disparo y lo atrapo en el estado que más disfruta, en ese donde la manecilla del reloj seguirá estática por siempre.

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