Pasado Perfecto, Leonardo Padura
Hay veces que las lecturas se empiezan a hacer fluidas, y es cuando empezamos a devorar los libros. Iniciando en este estado me encuentro en este momento en mi iniciación dentro del universo de grandes y desolados espacios rurales de Alice Munro, ella tendrá su momento. Sin embargo, antes de llenar los pulmones con los puros aires canadienses, vale la pena escribir esta pequeña nota sobre Leonardo Padura y su novela Pasado Perfecto, antes de que se limpien totalmente del humo de los tabacos habaneros, o que ya no quede más el dejo de ese café casi tan amargo como su personaje principal, el detective Mario Conde.
Pero despacio, antes hacemos un alto en el camino, ya que vale la pena evocar cómo llegó este libro a mis manos. Después de una intoxicante travesía por todos los cuentos de Graham Greene, que me llevó casi la mitad del año, había que llevar las cosas más tranquilas, y emprender una aventura más liviana. La novela negra policial es siempre un buen recurso para eso.
A pesar de que hay a la mano obras de clásicos del género, como Hammett o Chandler, se trataba un poco de romper el círculo de lo conocido, y emprender nuevos textos. Y fue así que, indagando en las obras de Tusquets en la revalorizada Feria del Libro de León, había varias opciones para elegir de autores con buena trayectoria, pero de los cuales no tenía mayor referencia. Y que conste aquí que digo Tusquets sin afán publicitario, ya que universo de buena literatura en habla hispana se ha reducido a unas pocas editoriales de prestigio, a las cuales siempre nos andamos aferrando los que escapamos de los mundos obscuros de la superación personal, la autoayuda o los best sellers gringos de muchas páginas pero banal lectura, sobre vampiritos enamorados, misterios bíblicos de dos pesos, o maguitos escolásticos volando en escobas. Sin duda que estas también deben vender libros de esos subgéneros lacras que han inundado los anaqueles de las tiendas departamentales y hasta de los supermercados, pero al menos respetan de alguna forma al otro lector, el que todavía cree en algunas buenas letras.
No nos desviemos del asunto. Entre los libros de las series de bolsillo estaba un autor sueco que llamó mi atención, Henning Mankell. Mientras leía las notas de contraportada de uno de sus novelas, se acercó el encargado del puesto, y hablando un poco con él… descubrí que temía muy buen conocimiento de sus autores y me empezó a dar referencias de ellos, iniciando por el sueco y siguiendo con otros de línea similar, en diferentes partes del orbe. Más empapado de las opciones, finalmente opté por salir con novelas de un par de escritores que, a partir de los comentarios de mi ahora guía literario, llamaron poderosamente mi atención, John Connolly y Leonardo Padura. Y quién iba a suponer que éste, que era mi tercera opción, sería al primero al que le incara el diente.
Y el resultado fue, si hay una palabra adecuada para esto, refrescante. El Pasado Perfecto es una novela de investigación a la usanza típica de los clásicos; hay un detective, Mario Conde que para no variar, es una persona solitaria y melancólica. La dualidad con el autor se hace patente desde el principio, invitando a pensar que Mario Conde añora ser ese escritor que Leonardo Padura de hecho es, y que escribe sobre las memorias de un policía que tampoco fue posible.
Una mañana de domingo de esas en que la migraña hace estragos y el sueño es tormentoso pero necesario, Mario recibe una llamada de la agencia. Duda en contestarla y deja que el aparato suene entre un mar de quejas y de negaciones… Pero la segunda vez que suena con la misma insistencia ya no le queda duda, es el jefe de policía o “el Viejo”, para notificarle de un caso que requiere su inmediata atención. Ya no hay vuelta atrás, el Conde sabía que esa mañana no depararía nada bueno.
El caso no es uno cualquiera, es uno que le removerá al Conde fibras ya olvidadas, o al menos tapadas por los años a fuerza de alcohol y de escapes. El Pasado Perfecto le muestra una serie de hechos y personajes que hacen que la faena policiaca se vaya ensuciando de recuerdos personales, haciendo de la obra un perfecto contrapunto entre las memorias de juventud del Conde y el difícil proceso de la investigación.
El estilo de la novela es exquisito, pero a la forma latina, salpicado de humor a cada instante y con esa atmósfera que sólo se respira en las calles de la Habana. Mario Conde repudia el mundo de las grandes esferas y se identifica más con los círculos bohemios, con los borrachos y con los locos del barrio. Esto hace que los diálogos entre los personajes posea el enorme colorido de los barrios urbanos, siempre salpicado de ron y entre humo de los populares. Fue una excelente sorpresa encontrarnos con la literatura de Padura que, por otro lado, resulta de muy fácil lectura y de inmediato disfrute… con decir que ha sido de los pocos textos que nos han lanzado esas pelotas con efecto que sin estar prevenidos, nos han sacado más de una carcajada de forma espontánea. Sin duda que conseguiremos más material de este entrañable personaje en el futuro.
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