El Embrujo de un Lago

La comunidad se llama la Victoria, y está sobre la rivera de la laguna de Catemaco. Nuestro paseo por Veracruz estaba diseñado para empezar en Xalapa, de ahí bajar al puerto para posteriormente enfilarnos hacia los Tuxtlas, antes de regresar por la Costa Esmeralda y descansar del tour, tomando unos días de playa.

El acuerdo era que Ana y yo íbamos a financiar diferentes porciones del viaje. Mientras que yo tenía asignados unos días de ensueño en el hotel El Suspiro de Costa Esmeralda, a Ana le tocaban los destinos de la "puebleada". Pero cuando llegamos al lago de Catemaco, destino más distante de nuestro recorrido, me entraron sinceras dudas del lugar que ella había escogido para quedarnos. Aunque reservamos con algunos días de anticipación, estando por allá aprendimos que la Victoria no se encuentra en el pueblo de Catemaco, si no a unos 15 kilómetros, si no me falla la memoria.

Llegando a Catemaco, en la misma entrada al pueblo, existen unos personajes en moto que fungen como guías de turistas y que cuentan con todo un arsenal de posibilidades en la zona de los Tuxtlas, desde hoteles en la rivera del lago en el mismo pueblo, así como sitios en reservas ecológicas,  turismo extremo y algunas otras alternativas. Viendo un poco el lugar, uno descubre que la zona de embarcaderos de Catemaco no es de lo más agradable... Existe siempre ruido de jolgorio veracruzano por todos lados, así como un malecón que no luciría como ejemplo de higiene en ninguna guía. Así que después de muchas quejas y carraspeos por mi parte, que evocaban los de Clint Eastwood en Gran Torino decidimos tomar la decisión original e irnos a ver qué diantres había en la Victoria.

El hotelito donde nos quedamos, atendido por Doña Lina y Don Evaristo, estaba al fondo de la comunidad. Al parecer la comunidad de la Victoria es famosa porque alberga la mansión de uno de esos legendarios brujos que dieron fama al pueblo, y que al parecer se encarga de resolver diferentes aspectos paranormales de famosos de esos extraídos de Televisa, que no vale la pena ni mencionar. En el hotel era muy, pero muy económico y hacía un calor del demonio, pero no sólo debido al clima de la región; también había un componente importante del calor humano de los dueños, que nos trataron como reyes.

Don Evaristo, originario de un pueblito cercano, anduvo muchos años en el norte del país laborando como camionero, por lo que se conocía el país como la palma de su mano. Y de ahí vinieron largas noches en que nos compartía sus anécdotas que iban desde sus viajes, de los personajes prominentes del mágico Catemaco, o historias folclóricas de su juventud. Mientras tanto, Doña Berta no se cansaba de traernos los deliciosos tegogolos, unos espléndidos caracoles  que se pegan en las piedras del lago. Respecto al lugar en sí, es cierto, quizás no era un cinco estrellas, el calor se revolvía a través de un viejo ventilador y era complicado pegar el ojo... Pero cuando a la mañana siguiente fuimos despertados por las pequeñas olas que pegaban casi al pie de la ventana de la habitación, y vimos este amanecer increíble, como en ningún otro hospedaje hubiéramos tenido, me convencí de la puntería de mi esposa para elegir los destinos, por lo que nunca más le he discutido sus "cuestionables" decisiones.

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